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¿Europa sin Cristo?





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¿EUROPA SIN CRISTO?

Nihil Obstat P. Ignacio Reinares Vicario Provincial del Perú Agustino Recoleto

Imprimatur Mons. José Carmelo Martínez Obispo de Cajamarca (Perú)

ÁNGEL PEÑA O.A.R. LIMA - PERÚ 2010 ÍNDICE GENERAL

INTRODUCCIÓN

Los fundamentos de la cultura europea. La caridad, b) Dignidad de la mujer, c) Valor de la vida La compasión, e) La cultura, f) Progreso científico Alejamiento de Dios y de la Iglesia La Ilustración, b) Consecuencias de la Ilustración, c) La Inquisición ¿Intolerancia católica?, e) La cultura de la muerte Panorama actual Mensaje del Papa Juan Pablo II Reflexiones

CONCLUSIÓN

BIBLIOGRAFÍA INTRODUCCIÓN

En este libro queremos manifestar cómo la Iglesia católica fue la principal forjadora de la cultura europea, base de la cultura occidental, y lo hizo, especialmente, a través de la labor de tantos monjes que se esforzaron copiando manuscritos, trabajando la tierra, inventando técnicas nuevas, fundando universidades y hospitales, y poniendo las bases del progreso científico moderno.

Sin embargo, todo este esfuerzo de la Iglesia fue menospreciado por los filósofos de la Ilustración que, en el siglo XVIII, quisieron hacer desaparecer los valores tradicionales, especialmente la monarquía y la religión católica. Sus ideas filosóficas llevaron a los excesos y masacres de la Revolución francesa, al igual que en el siglo XX lo han hecho otros movimientos surgidos de filosofías ateas como el comunismo y el nazismo.

Observaremos el panorama actual de la cultura europea, que rechaza todo lo que haga relación a Cristo y a la religión. Y veremos en cuántos excesos ha caído la actual civilización europea.

Europa está enferma, por haberse alejado de Dios y haber rechazado los valores tradicionales de la fe cristiana. Para volver a ser fuerte y pujante necesita de Cristo. De otro modo, seguirá cayendo cada día más hasta que desaparezca como tal. Algo de esto ya estamos viendo en el suicidio demográfico de los países de Europa que, para poder sobrevivir, necesitan de los inmigrantes de países pobres.

Ojalá que estas reflexiones sobre la cultura europea y sus errores, nos puedan hacer sentir la necesidad de Dios para poder enmendar el rumbo y hacer de Europa un continente fuerte. Europa necesita a Cristo. Una Europa sin Cristo será como un árbol sin raíces o como una familia sin memoria histórica y sin identidad.

LOS FUNDAMENTOS DE LA CULTURA EUROPEA

La Iglesia fue la principal forjadora de la cultura europea, incluso antes de que existieran las actuales nacionalidades. La labor de los cristianos en el mundo pagano del Imperio romano fue lenta, pero segura. Lucharon contra la crueldad y la inmoralidad, defendiendo en todo momento la vida y atendiendo con caridad a pobres, ancianos y enfermos. La labor de los cristianos fue un ejemplo para sus contemporáneos y, por ello, los admiraban y muchos se convertían a esta religión en la que veían valores morales, amor y caridad para todos.

El impacto del cristianismo en la sociedad, sobre todo, a partir de la libertad otorgada por Constantino el año 313, fue enorme. La Iglesia fue la principal promotora de las obras de caridad, de progreso y de adelanto científico.

La caridad

Una de las características principales que distinguían a los cristianos de los primeros siglos de los paganos era su caridad con los pobres y enfermos. Esto se manifestaba con toda evidencia en tiempo de las grandes epidemias, que eran frecuentes en aquellos tiempos.

El año 165, durante el reinado del emperador Marco Aurelio, una devastadora epidemia se extendió por todo el Imperio. Algunos historiadores creen que fue la primera aparición de la viruela en Occidente. Durante los 15 años que duró la epidemia, murió un cuarto o un tercio de la población del Imperio romano, incluyendo al mismo Marco Aurelio en el año 180, en Viena. Luego, en el año 251, vino otra epidemia devastadora que parece fue de sarampión. San Cipriano, obispo de Cartago, en su obra Mortalidad escribía en ese año 251: Muchos de nuestros cristianos están muriendo debido a esta plaga y pestilencia. El gran historiador cristiano san Eusebio de Cesarea hace alusión también a esta plaga y dice en su “Historia eclesiástica” que esta enfermedad llegó inesperadamente como algo más espeluznante que cualquier desastre conocido. Fue un desastre social inmenso. Para darnos una idea, pensemos que en 1707, en Islandia, murió de viruela más del 30% de la población.

Pues bien, en aquellos momentos difíciles, los cristianos dieron ejemplo de caridad y ayuda desinteresada. San Dionisio, obispo de Alejandría, en el siglo III, en sus Cartas festivas, citadas por san Eusebio de Cesarea en su Historia eclesiástica, habla de los esfuerzos de los cristianos en ayudar a los enfermos, lo cual supuso una tasa de mortalidad menor entre los cristianos que entre los paganos, que huían, abandonando a sus enfermos, por temor al contagio y a la muerte. Dice san Dionisio:

La mayoría de nuestros hermanos cristianos mostró amor ilimitado y lealtad, sin mostrar jamás mezquindad y pensando sólo en el prójimo. Desatentos a los peligros, se hicieron cargo de los enfermos, atendiendo a todas sus necesidades y acercándose a ellos como lo harían con Cristo y compartiendo con ellos sus vidas serenamente felices; puesto que fueron infectados por otros con la enfermedad, hundiendo en sí mismos la enfermedad de sus vecinos y aceptando jubilosamente sus dolores. Muchos, mientras cuidaban y atendían a otros, transfirieron las muertes de otros hacia sí mismos y murieron en su lugar. Nuestros mejores hermanos perdieron la vida de esta manera. Numerosos sacerdotes, diáconos y laicos, obtuvieron así altos elogios, pues la muerte en esta forma, parece en todos sus aspectos algo equivalente al martirio…

Los paganos se comportaron de manera opuesta. En el comienzo de la enfermedad, alejaron a los que sufrían y huyeron de su lado, arrojándolos a los caminos antes de que muriesen, tratando a los cadáveres como basura, esperando, de este modo, evitar el esparcimiento y el contagio de la fatal enfermedad, pero no importa lo que hicieran, no pudieron escapar.

Un siglo después, el emperador Juliano el apóstata, al darse cuenta de que los cristianos hacían obras sociales y atendían a los pobres y enfermos, alentó a los sacerdotes paganos a que hicieran lo mismo que los cristianos y le dirigió una carta al sumo sacerdote de Galacia, donde afirma: Los cristianos tienen benevolencia con los extraños y cuidado con las tumbas de los muertos. En otra carta a otro sacerdote, escribió el mismo emperador Juliano: Me parece que, cuando ocurrió que los pobres fueron abandonados e ignorados por los sacerdotes (paganos), los impíos galileos (cristianos) se dieron cuenta y dedicaron sus vidas a la benevolencia… Los impíos galileos no apoyan sólo a sus pobres, sino también a los nuestros, y todos pueden darse cuenta de que éstos carecen de nuestra ayuda.

Juliano aborrecía a los cristianos a quienes llamaba galileos, pero reconoce sus servicios de caridad con los pobres y enfermos en aquellos tiempos en que ni el Imperio ni las religiones paganas tenían cuidados o servicios sociales.

Vale la pena recalcar que el famoso médico clásico Galeno, que vivió durante la primera gran epidemia bajo el reinado de Marco Aurelio, en el año 165 huyó cobardemente de Roma a una región apartada de Asia Menor hasta que pasó el peligro. Es lo que hacían todas las personas paganas que podían hacerlo, excepto los cristianos.

Por eso, Tertuliano (155-230) pudo escribir: Nuestra preocupación es por los desposeídos y necesitados, lo que nos distingue de nuestros adversarios (paganos), que dicen de nosotros: Miren, miren cómo se aman.

El amor era el distintivo de los cristianos, como lo reconocían los mismo paganos. De ahí que en las ordenanzas de la Iglesia, existían normas para atender a los pobres y enfermos, misión especial de los diáconos. En las “Constituciones apostólicas” (hacia el año 380) se decía: Los diáconos deben hacer buenas obras, ejerciendo supervisión general día y noche, sin despreciar al pobre. Deben averiguar quiénes están en la miseria y no excluirlos de las reparticiones de los fondos de la Iglesia, convenciendo también a los ricos para que destinen dinero a buenas obras.

San Eusebio de Cesarea dice que, como resultado del buen ejemplo de los cristianos, muchos paganos se interesaban por la nueva religión y se convertían. Y, cuando a partir del año 313, el emperador Constantino, con el edicto de Milán, dio libertad a los cristianos, no sólo se construyeron iglesias públicas, sino que también se crearon los primeros hospitales. En toda gran ciudad del Imperio se construyó, casi sin excepción, un centro sanitario dirigido por los cristianos. En estos hospitales o centros pequeños sanitarios daban cobijo y hospedaje a los extranjeros, cuidaban a los enfermos, atendían a las viudas, a los huérfanos y a todos los pobres en general.

Y para tener fondos para las obras sociales, los cristianos ayunaban con frecuencia, para ofrecer el dinero ahorrado para los pobres y enfermos. Incluso, los Padres de la Iglesia de los primeros siglos encontraban tiempo para atender a los necesitados. San Agustín fundó un hospicio para peregrinos y esclavos fugados, donde se repartía ropa entre los pobres. San Basilio Magno en el siglo IV también fundó un hospital en Cesarea.

San Juan Crisóstomo (+ 407), en Constantinopla, organizó orfanatos, refugios y otras obras, atendiendo a 5.000 personas necesitadas.

Santa Elena (242-329), madre del emperador Constantino, fundó varios hospitales cristianos. San Efrén (+373) fundó un hospital en Edesa con 300 camas para apestados e indigentes especialmente. San Jerónimo nos dice (carta 77) que en el año 400 la matrona Fabiola fundó un hospital para enfermos en Roma a orillas del Tíber.

A partir de la paz constantiniana se fundaron muchos hospitales con algunas particularidades: nosokomia (para enfermos), gerontocomia (para ancianos), xenodochia (para pobres y peregrinos), orphanotropia (orfelinatos).

Como vemos, desde los primeros tiempos, la Iglesia institucionalizó el cuidado de los pobres, de las viudas, huérfanos y, especialmente, de los enfermos. Eran tiempos en que los paganos huían dejando a sus parientes enfermos. Por eso, san Cipriano reprende en el siglo III a los paganos de Cartago: No mostráis compasión alguna con los enfermos, sino que saqueáis a los difuntos con codicia. No os atrevéis a enterrar a los muertos, pero corréis con avaricia a apropiaros de lo que dejan.

Voltaire, el gran propagandista anticatólico del siglo XVIII, reconocía el espíritu de caridad de tantas hijas e hijos de la Iglesia católica. Y esto mismo han tenido que reconocer, muy a su pesar, tantos anticatólicos a lo largo de los siglos. Como dice Santiago Cantera: Registrar en su totalidad las obras de caridad católica realizadas por individuos, parroquias, diócesis, monasterios, misioneros, frailes, monjas y organizaciones laicas, exigiría muchos y extensos volúmenes.

Los monasterios se convirtieron durante siglos en proveedores de cuidados médicos organizados, que no se ofrecían en ninguna otra parte de Europa. Estas instituciones eran auténticos oasis de orden, piedad y estabilidad. Con el fin de cultivar estas prácticas, los monasterios se transformaron en centros de conocimiento médico entre los siglos V y X, el período clásico de la llamada medicina monástica.

En la Edad Media, en ciertos monasterios, especialmente benedictinos y cistercienses, tenían hospitales para el cuidado de enfermos, ancianos e inválidos. A principios del siglo XII, surgieron por iniciativa de la Iglesia en distintos lugares las primeras leproserías o lazaretos. Y en tiempo de las epidemias, como la famosa peste negra del año 1348, que redujo la población de Europa en una tercera parte, la Iglesia se volcó en la atención de los enfermos desde el Papa benedictino Clemente VI hasta sencillos seglares que, en muchos casos, dieron su vida al contagiarse ellos mismos de la enfermedad.

También en la Edad Media surgieron los primeros centros de asistencia para enfermos mentales a iniciativa del mercedario fray Juan Gilabert, en Valencia, en 1409. Por este tiempo, surgieron las Órdenes hospitalarias, algunas de ellas unidas al carácter militar, pues también se dedicaban a la defensa y albergue de los peregrinos, sobre todo, de quienes se dirigían a Tierra Santa. Así surgieron la Orden militar de san Juan de Jerusalén (actual Orden de Malta) nacida en 1048 y la Orden Teutónica, surgida a fines del siglo XII en favor de los peregrinos alemanes.

La Orden de los caballeros de san Juan, conocidos también como los hospitalarios, dejó especial huella en la historia de los hospitales europeos y principalmente por su hospital de Jerusalén con sus amplias instalaciones. Este hospital, fundado hacia el 1080, daba alimento a los pobres y cobijo a los peregrinos, muy numerosos en Jerusalén. Al principio, fue creado para la atención a los cristianos, pero después atendió también a judíos y musulmanes. En este hospital de Jerusalén, se hacían pequeñas cirugías; los enfermos recibían dos visitas médicas cada día y recibían dos comidas principales. En el siglo XIII, la Orden de los hospitalarios administraba cerca de 20 hospitales y leproserías.

En el siglo XVI, surgieron dos Congregaciones religiosas dedicadas preferentemente el cuidado de los enfermos: los hermanos de San Juan de Dios en España y los camilos en Italia. En el siglo XVII surgió san Vicente de Paul y santa Luisa de Marillac, dedicados a la caridad y cristianización de la sociedad. San Vicente de Paul se dedicó, de modo especial, al cuidado de los galeotes, condenados a remar en las naves del rey de Francia, y fue nombrado capellán real de las galeras.

San José de Calasanz (1558-1648) se dedicó, con especial empeño a promover escuelas populares gratuitas entre la gente pobre. En el siglo XIX entre 1850 y 1880, surgieron veinte Congregaciones religiosas femeninas destinadas a la beneficencia y a la educación.

En el siglo XX, el sacerdote holandés Werenfried van Straaten (+ 2003) fue definido como un “gigante de la caridad”, que después de la segunda guerra mundial tomó conciencia de la situación de pobreza y de necesidad en que estaba Alemania y se dedicó a sanar las heridas con los vencedores, ayudando a 16 millones de refugiados alemanes. Además está Caritas internacional, unida a 126 caritas nacionales, que ayuda en todas las necesidades mundiales sin distinción de religión; y existen numerosas ONG de iniciativa católica como Manos Unidas en España que lucha contra la situación de pobreza en el mundo. Existe la Obra pontificia de asistencia a los refugiados y otras muchas instituciones de ayuda nacional e internacional, como la Obra del apóstol de los leprosos, Raoul Follereau.

Sería imposible enumerar en pocas páginas todas las Instituciones católicas dedicadas al cuidado de enfermos o a obras de caridad. Hay muchísimas Congregaciones religiosas dedicadas casi exclusivamente al cuidado de enfermos y necesitados como la Congregación de la Madre Teresa de Calcuta con sus 5.000 religiosas. Actualmente, la Iglesia atiende a la cuarta parte de todos los enfermos de sida del mundo.

En el CD Rom, publicado por el Vaticano el año 2000 (Catholic Aid Directory), el Consejo Pontificio Cor Unum, organismo de la Santa Sede encargado de promover y organizar las instituciones de caridad y asistencia de la Iglesia católica en el mundo, proporciona, en cuatro idiomas, la guía de 1.100 organismos e Instituciones comprometidas en el campo de la caridad y que ayudan en caso de catástrofes o necesidades sin distinción de religión. Para estas ayudas, piden colaboración a las parroquias católicas del mundo entero. Por eso, podemos decir que no hay ni ha habido en el mundo ninguna religión u otra Institución que haya colaborado más que la Iglesia católica en la atención a los pobres y enfermos. Por algo la Iglesia fue la fundadora y organizadora de los primeros hospitales e Instituciones de caridad.

Dignidad de la mujer

En tiempos de Jesucristo la mujer era poco valorada y estimada. Era considerada como persona de segunda categoría, como todavía lo es en ciertos países y, sobre todo, entre los musulmanes. Jesucristo ensalzó a su madre y escogió discípulas que lo ayudaron en las tareas de evangelización. Ellas fueron las que más valor demostraron a la hora de la crucifixión.

Dice el Papa Juan Pablo II: Es algo universalmente admitido, incluso por parte de quienes se ponen en actitud crítica ante el mensaje cristiano, que Cristo fue ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esta dignidad. A veces, esto provocaba estupor, sorpresa e, incluso, llegaba hasta el límite del escándalo. Se sorprendían de que hablara con una mujer (Jn 4, 27)... Gran turbación debió causar a quienes escuchaban aquellas palabras de Cristo: los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino de Dios (Mt 21, 31).

En las enseñanzas de Jesús así como en su modo de comportarse, no se encuentra nada que refleje la habitual discriminación a la mujer propia de su tiempo. Por el contrario, sus palabras y sus obras expresan siempre el respeto y el honor debido a la mujer.

Por eso, los primeros cristianos tuvieron a la mujer en mucho mayor honor y dignidad que los paganos. Prohibieron la promiscuidad, la infidelidad, el incesto, la poligamia, el divorcio, promoviendo la fidelidad conyugal, la santificación del matrimonio y la igualdad de derechos en el uso del matrimonio. Esto iba en contra de la mentalidad de los paganos, entre los que el hombre tenía todos los derechos y hasta la decisión entre la vida y la muerte, incluyendo el derecho a ordenarle a la esposa a abortar.

Veamos lo que dice san Pablo sobre la igualdad en el uso del matrimonio: Cada hombre debe tener su esposa y cada mujer su esposo. El marido debe cumplir sus deberes conyugales con su esposa y lo mismo la esposa. La esposa no dispone de su propio cuerpo, sino el esposo. De la misma manera, el esposo no dispone de su propio cuerpo, sino la esposa. No se nieguen el derecho del uno al otro, a no ser de común acuerdo, por algún tiempo, para darse a la oración. Y, después, vuelvan a lo mismo para que no caigan en las trampas de Satanás por no saberse dominar... En cuanto a los casados, mandato es, no mío, sino del Señor, que la mujer no se separe del marido..., y que el marido no repudie a su mujer (1 Co 7, 2-11).

Así pues, vemos que las mujeres, cristianas o no, tenían mucha más seguridad y garantía de fidelidad, casándose con cristianos que con paganos.

Una práctica común de aquel tiempo era casar a las niñas con once o doce años. En muchos casos, consumaban el matrimonio antes de esa edad. Plutarco (46-125) escribió sobre el miedo de estas niñas forzadas contra la naturaleza y lo ve como algo cruel. ¿Qué derechos podía tener una niña de doce años, casada a la fuerza por compromiso de sus padres?

Precisamente, esto no ocurriría con las mujeres cristianas, que eran más respetadas, se casaban a una edad más madura y, por supuesto, tenían más hijos, pues nunca los abortaban. Lo cual fue un elemento importante en la rápida difusión del cristianismo.

En cambio, los paganos tenían en poca estima el matrimonio y, aunque exigían a las novias fidelidad y virginidad, los hombres eran promiscuos. Además, las viudas paganas, al no tener respaldo económico, casi estaban obligadas a casarse. Las viudas cristianas podían casarse o no, porque la Iglesia velaba por ellas y las mantenía, lo mismo que a los huérfanos. La viudez era enormemente respetada y las segundas nupcias no recomendadas. La Iglesia dignificó a la mujer santificando el matrimonio, prohibiendo el matrimonio infantil, el divorcio, el incesto, el aborto y otros vicios de la sociedad pagana.

En resumen, podemos decir que el cristianismo suavizó las costumbres y elevó la dignidad de la mujer en una sociedad pagana que la tenía en poca consideración. Según Robert Phillips, las mujeres hallaron protección en las enseñanzas de la Iglesia y se les permitía constituir comunidades religiosas dotadas de autogobierno, un hecho insólito en cualquier cultura del mundo antiguo... Basta observar el catálogo de mujeres santas. ¿Dónde hubo en el mundo mujeres capaces de dirigir escuelas, conventos, universidades, hospitales y orfanatos al margen del catolicismo?.

Valor de la vida

Los paganos no valoraban la vida de los esclavos ni de los prisioneros y mataban sin compasión a los niños nacidos enfermos o a las niñas.

El aborto y el infanticidio era muy común. Entre los métodos abortivos usados estaba la ingestión de dosis casi fatales de venenos. Los venenos son, de alguna forma, impredecibles y los niveles de tolerancia varían según las personas. En muchos casos, tanto el feto como la madre morían. Otro método consistía en la introducción de venenos de distintos tipos dentro del útero para matar al feto. Desafortunadamente, en muchos casos las mujeres no podían expulsar al feto muerto y morían, al menos que fueran tratadas con métodos mecánicos de raspaje. Pero estos métodos eran extremadamente peligrosos y requerían destreza quirúrgica.

Los métodos mecánicos más usados utilizaban agujas, garfios y cuchillos. Tertuliano, en un escrito del año 203, describió un conjunto de instrumentos abortivos utilizados por Hipócrates, el famoso médico al que se le atribuye el juramento de Hipócrates.

El famoso médico romano Aulio Cornelio Celso ofreció extensas instrucciones para usar equipamientos similares en su obra De medicina, escrita en el siglo primero. Celso aconsejaba que, después de la muerte del feto, el cirujano debía lentamente forzar su mano engrasada hacia adentro de la vagina y del útero. Si el feto estaba en posición de cabeza, entonces el cirujano debía insertar un gancho suave y enganchar un ojo, una oreja o la boca o incluso la frente, y luego tirar de él y extraer el feto. Si el feto estaba cruzado o de espaldas, aconsejaba usar una hoja filosa para cortar el feto y sacarlo a pedazos.

Vistos los métodos abortivos usados, no es sorprendente que el aborto fuese una importante causa de muerte entre las mujeres del mundo grecorromano. Dado que el aborto era tan peligroso para las mujeres de la época, uno puede preguntarse cuál era la causa de que fuera una práctica tan común. Y la causa parece ser la infidelidad. Muchas mujeres, solteras o casadas, quedaban embarazadas mientras sus esposos estaban ausentes, y recurrían al aborto para ocultar los hechos. Las mujeres pobres recurrían al aborto para evitar tener un hijo más que mantener; y las mujeres ricas para evitar repartir las propiedades de la familia entre varios hijos. De todas maneras, la mujer era poco considerada.

En Atenas había también relativamente pocas mujeres debido al infanticidio femenino, practicado por todas las clases, además de las muertes adicionales provocadas por el aborto. El estatus de la mujer ateniense era bastante insignificante. Las niñas recibían poca o ninguna educación. Típicamente, las mujeres atenienses eran casadas en la pubertad y, a menudo, antes. Bajo la ley ateniense una mujer era clasificada como un niño sin importar su edad, y así era una propiedad legal de algún hombre en todas las etapas de la vida. Los hombres se podían divorciar automáticamente: solo debían expulsar a su esposa de la casa. Si una mujer era seducida o violada, su esposo se veía legalmente empujado a divorciarse de ella. Si una mujer quería el divorcio, tenía que lograr que su padre u otro hombre llevara su caso ante un juez. Finalmente, la mujer ateniense podía tener propiedades, pero el control de éstas propiedades siempre lo tenía el hombre a quien ella pertenecía.

El infanticidio femenino ocasionó una gran desproporción entre hombres y mujeres. Según dice el historiador Casio en su Historia de Roma, alrededor del año 200, la disminución de la población del Imperio se debió a la escasez de mujeres. Algunos autores han estimado que la proporción podía ser de 131 hombres por 100 mujeres en Roma y de 140 hombres por 100 mujeres en el resto de Italia.

Esto era debido en primer lugar a fomentar el infanticidio de niñas, incluso sanas. El abandono de niñas no deseadas y de niños deformes o enfermos era una práctica legal y ampliamente extendida en el mundo grecorromano. Hay autores que dicen que, en las grandes familias, más de una hija era algo raramente visto.

El historiador romano Tácito (55-117) habla (Anales 3, 25) de este grave problema de la disminución de la población, que, en el fondo, se debía a los vicios.

En el siglo II, la disminución de la población estaba ya por debajo de los niveles de reemplazo. Había más mortalidad que natalidad. Y para que el Imperio se mantuviera grande, hubo necesidad del aflujo de colonos bárbaros para trabajar la tierra y alistarse en las filas del ejército. El emperador Marco Aurelio permitió que importantes cantidades de estos se establecieran en el Imperio.

En aquellos tiempos, era muy común dejar expuesto en la calle a un bebé no deseado para que pudiera ser visto por alguien que lo quisiera, pero lo normal era que el niño muriera víctima del clima o de los animales. El abandono de niños era una práctica legal y justificada por los filósofos de aquel tiempo. Incluso Platón y Aristóteles, siglos antes, ya habían recomendado el infanticidio como una política del Estado.

La Iglesia prohibió absolutamente el aborto y el infanticidio. En el Didache o doctrina de los doce apóstoles, del año 70, se dice: No debes matar a un niño por el aborto y tampoco matarlo cuando nazca. San Justino del siglo II, en su primera Apología, afirma: Se nos ha enseñado que es cruel arrojar a la calle a un bebé recién nacido, puesto que seríamos asesinos. También Atenágoras, en el siglo segundo, afirma: Decimos que las mujeres que ingieren drogas para inducir un aborto, cometen asesinato y deberán rendir cuentas ante Dios por el aborto, pues el feto en el vientre de la madre es un ser creado y, por eso, es digno de los cuidados de Dios. Nosotros no exponemos (en la calle) a un infante, pues a aquellos que lo hacen se les imputa el cargo de asesinos de niños.

El apologista Minucio Félix dice en su Octavio: Puedo ver que ustedes, por un lado, exponen a los recién nacidos ante bestias salvajes y aves de presa; por el otro, que se angustian, cuando los azota cualquier tipo de enfermedad miserable. Hay algunas mujeres entre vosotros que, por medio de preparaciones medicinales, extinguen la fuente de un futuro hombre en su propio vientre y cometen de este modo parricidio antes de traerlo al mundo. Y estas cosas de seguro provienen de sus Dioses. Puesto que Saturno no expuso a sus hijos, sino que los devoró. Con razón fueron sacrificados algunos niños en su honor en algunos lugares de África.

Además de los métodos abortivos señalados, había una serie de aparatos contraceptivos y medicinas que se insertaban en la vagina para matar el esperma y bloquear el paso del semen hacia el útero. Ungüentos, mieles y suaves trozos de tela fueron usados para este propósito. Estómagos de corderos nonatos y vejigas de cabras servían como condones. De todos modos, eran demasiado caros para cualquiera, aparte de los ricos. Más popular y efectivo era el coitus interruptus, llamado onanismo o retirada. Algunas parejas practicaban el sexo anal, mientras que el sexo oral era poco frecuente. Pero tanto judíos como cristianos rechazaron estas prácticas por inmorales.

San Pablo habla claramente, diciendo: Dios dejó que fueran presa de pasiones vergonzosas. Ahora sus mujeres cambian las relaciones sexuales normales por relaciones contra la naturaleza e igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en la concupiscencia unos por otros, los varones con los varones, cometiendo torpezas y recibiendo en sí mismos el pago debido a su extravío (Rom 1, 26-27).

En cuanto al sexo oral, se dice en un texto cristiano del siglo I: No deberás transformarte como todos aquellos hombres de quienes escuchamos que están realizando iniquidades con su boca por insalubres, y tampoco debes yacer con mujeres impuras que hacen iniquidades con su boca.

Con referencia al aborto, ya en la Didache, considerado el primer catecismo de la Iglesia, se dice con toda claridad: No matarás al hijo en el seno de su madre ni quitarás la vida al recién nacido.

En aquellos primeros tiempos había tres pecados especialmente graves para los cristianos: el homicidio, el adulterio y la apostasía. Por eso, la fidelidad conyugal y el rechazo al aborto fue algo esencial en la formación de las familias cristianas y que marcó una gran diferencia con las familias paganas.

La compasión

En aquellos tiempos del Imperio romano, los esclavos no tenían ningún derecho a la vida y podían matarlos sin compasión alguna, pues eran propiedad de su dueño. La Iglesia, desde el principio, habló de tener compasión con los esclavos y tratarlos como seres humanos. Algunos esclavos liberados llegaron a ser diáconos, sacerdotes, obispos y aun Papas, como es probablemente el caso del Papa san Clemente I y, con toda seguridad, el Papa san Calixto I. En las misas, parte de las limosnas recogidas era para la liberación de esclavos. San Ambrosio llegó a vender los vasos sagrados en una ocasión para liberar varios esclavos. Por supuesto que se aceptó el matrimonio cristiano entre esclavos, y entre esclavos y libres. Y, gracias al influjo de la Iglesia, a partir del siglo IV hubo una gran liberación de esclavos, especialmente entre los cristianos o los que se convertían.

San Pablo, en su carta a Filemón, le dice a éste sobre Onésimo, el esclavo que se había escapado y que Pablo convirtió al cristianismo: Prefiero apelar a tu caridad. Te suplico por mi hijo, Onésimo, a quien engendré entre cadenas. Querría retenerlo junto a mí para que, en tu lugar, me sirviera en mi prisión, pero sin tu consentimiento nada he querido hacer. Trátalo, no ya como siervo (esclavo), sino como hermano amado, muy amado para mí, pero mucho más para ti según la carne y según el Señor. Acógelo como a mí mismo. Si en algo te ofendió o te debe algo, ponlo a mi cuenta, yo te lo pagaré. Sí, hermano, que obtenga yo de ti esa satisfacción en el Señor. Consuélame en Cristo.

Estas ideas de san Pablo de tratar a un esclavo como a un hermano y no como esclavo, eran realmente revolucionarias en aquel tiempo. La Iglesia, poco a poco, a lo largo de los siglos, fue suprimiendo la esclavitud. A pesar de que en el siglo XVI, muchos países cristianos retomaron la esclavitud; sin embargo, la Iglesia nunca dejó de hablar en contra de ella, aunque no le hicieran caso. Desde el Papa san Gregorio Magno (siglo IV), Adriano I, Alejandro III, Inocencio III, Gregorio IX, Pío II (año 1462), León X, Pablo III, Pío V (1568), Benedicto XIV (1714), Pío VII, León XIII en 1888... Todos han hablado en contra de la esclavitud, que fue prácticamente abolida en el siglo XIX.

En la antigua Roma, la Iglesia se opuso a los espectáculos crueles de los gladiadores que luchaban entre sí hasta la muerte o con animales salvajes para deleite de los espectadores. Por eso, Tertuliano, en el siglo III, les recordaba a los paganos el mandamiento de No matarás en su libro De spectaculis (Sobre los espectáculos). Cuando el emperador Constantino dio libertad a la Iglesia, una de las primeras cosas que hizo fue prohibir la crucifixión, las luchas de gladiadores y el infanticidio de niños enfermos o niñas sanas. También prohibió marcar a los delincuentes en el rostro. Y, por otra parte, impuso la obligación del descanso dominical, dio normas para suavizar las condiciones de vida de los esclavos y permitió que las esclavas pudieran casarse, incluso con personas de alto rango como senadores. Concediendo el derecho de liberar a los esclavos con la simple declaración hecha en una iglesia en presencia de los sacerdotes, pues los obispos fueron equiparados a los magistrados civiles.

En la Edad Media, la Iglesia luchó contra las costumbres bárbaras como los duelos o las ordalías (llamadas también juicios de Dios). Estas ordalías se realizaban para determinar la inocencia o culpabilidad de un acusado, pero acudían a prácticas irracionales. Por ejemplo, hacían pasar al acusado por fuego a ver si no se quemaba o le hacían meter la mano en un caldero de agua hirviendo para extraer una piedra del fondo. A continuación, le vendaban el brazo y, si a los tres días la herida había empezado a curar, el acusado era declarado inocente. En caso contrario, era culpable. Otra prueba era atar al acusado de manos y pies y arrojarlo al río. Si flotaba, era declarado inocente. En caso contrario, era considerado culpable. Siempre la Iglesia propició el trato humano con los esclavos, los prisioneros de guerra y con la población vencida.

Una obra digna de mención fue la realizada por los trinitarios y mercedarios. La Orden de los trinitarios, fundada por san Juan de Mata (1153-1213), tuvo un carácter dedicado a la redención y liberación de los cautivos cristianos, esclavos de los musulmanes. Se calcula que, hasta el siglo XVIII, beneficiaron a unos 500.000 cautivos, entre ellos a Miguel de Cervantes. Por su parte, la Orden de los mercedarios, fundada por san Pedro Nolasco (1180-1249), también liberó a miles de prisioneros de los musulmanes.

En la actualidad, no faltan iniciativas para ayudar a los presos, y a todos los modernos esclavos de la droga, del alcohol, del sexo o de cualquier otra esclavitud física, sicológica o espiritual.

Por todo esto, el gran sociólogo Rodney Stark afirma en su libro “El auge del cristianismo”: Lo que el cristianismo dio a sus conversos fue nada menos que su humanidad. En este sentido, la virtud fue su recompensa.

La cultura

Los padres latinos san Ambrosio, san Agustín, san León, san Gregorio Magno y otros famosos escritores cristianos de los primeros siglos son los fundadores de la cultura cristiana occidental. La religión cristiana penetró gradualmente en la sociedad hasta que en el siglo IV se convirtió en la religión del Imperio.

Todo estudio de la cultura occidental debe conceder importancia fundamental a la conservación de la cultura grecorromana por medio de la Iglesia católica y, concretamente, por las Órdenes religiosas. La llamada cultura clásica y los escritos de los autores clásicos latinos se conservaron sólo por medio de los monjes católicos. Ya en el siglo VI, Casiodoro (496-575) es un destacado ejemplo de cómo la antigua tradición del saber se refugió en el monasterio; y las escuelas, bibliotecas y escritorios monásticos se convirtieron en los órganos principales de la cultura intelectual en Europa occidental.

El trabajo disciplinado e incansable de los monjes detuvo la corriente de barbarie en Europa occidental y cultivó nuevamente las tierras que habían quedado desérticas y despobladas en la época de las invasiones. En el campo o en el monte había monjes silenciosos, cavando, limpiando y construyendo; y otros silenciosos, a los que no se veía, estaban sentados en el frío claustro, cansando sus ojos y forzando su atención, mientras copiaban y recopilaban penosamente los manuscritos que habían salvado. Ninguno disputaba, gritaba o llamaba la atención hacia lo que estaba pasando, pero gradualmente el boscoso pantano se convertía en ermita, en casa religiosa, en granja, en abadía, en villa, en seminario, en escuela o en ciudad.

La principal Orden, que más influyó en la conservación y difusión de la cultura antigua, fue la benedictina. En el momento de su mayor gloria, llegó a tener 37.000 monasterios y proporcionó a la Iglesia 24 Papas, 200 cardenales, 7.000 arzobispos, 15.000 obispos y 1.500 santos canonizados.

La labor más conocida y eficaz de los monjes benedictinos fue la copia de manuscritos antiguos para conservar la cultura antigua, que de otro modo, habría desaparecido. En cada monasterio había un scriptorium (escritorio) para copiar códices y también una biblioteca. Algunos monasterios destacaron por sus conocimientos en determinadas ramas del saber. Así los monjes de san Benigno de Dijon impartían conferencias de medicina; el monasterio de saint Gall tenía una escuela de pintura y grabado. En ciertos conventos alemanes, se daban conferencias en griego, hebreo y árabe. Montecassino, la casa madre de la Orden benedictina, experimentó en el siglo XI un resurgimiento cultural calificado por muchos autores como el acontecimiento más espectacular en la historia de la erudición latina del siglo XI.

Los monjes, hablando en general, eran los más cultos de su tiempo. Sin ellos, el progreso de Europa se habría retrasado varios siglos. Los monjes fueron los que conservaron la cultura, a pesar de las constantes invasiones bárbaras de los siglos IV y V. Ellos supieron levantarse de las cenizas y reconstruir los monasterios. El renacimiento carolingio se realizó en las grandes abadías; cada una de las cuales mantuvo la tradición establecida por la escuela palatina de Carlo Magno y las enseñanzas del gran monje Alcuino. Y, después de la caída del Imperio carolingio, los grandes monasterios, especialmente los de Germania meridional, San Gall, Reichenau y Tegernsee, se conservaron como islas de vida intelectual en medio de la nueva ola de barbarie que, una vez más, amenazaba sumergir la Cristiandad occidental. De cien monasterios, noventa y nueve podían ser quemados y sus monjes muertos o expulsados y, sin embargo, toda la tradición podía reconstituirse por obra del único sobreviviente; y los lugares asolados podían repoblarse por la llegada de nuevos monjes que habrían de retomar la tradición rota, siguiendo la misma regla, cantando la misma liturgia, leyendo los mismos libros y pensando en la misma forma que sus predecesores. Así el monacato y la cultura monástica volvieron a Inglaterra y Normandía, después de un siglo de total destrucción; con el resultado de que cien años más tarde, los monasterios normandos e ingleses figuraban nuevamente entre los conductores de la cultura occidental.

En los siglos IX y X, el Occidente de Europa sería víctima de nuevas oleadas de ataques devastadores por parte de los vikingos, magiares y musulmanes. Pero la infatigable determinación de los obispos, monjes y sacerdotes en general, salvó a Europa de una segunda caída.

La Iglesia, a través de los eclesiásticos más eminentes, desarrolló el sistema universitario, por primera vez en el mundo, porque la Iglesia era la única Institución en Europa que mostraba interés riguroso por la conservación y el cultivo del conocimiento. Por eso, ha dicho con acierto Thomas Woods: Ninguna otra institución hizo más por difundir el conocimiento dentro y fuera de las universidades que la Iglesia católica.

En la Edad Media, la mayoría de los sabios y científicos eran eclesiásticos como san Alberto Magno, Copérnico, Ramón Llull, Roger Bacon, Nicolás Cusa, Lucas Pacioli, Alejandro de Hales, san Buenaventura, san Alberto Magno, santo Tomás de Aquino, Tomás de York, Kilwardby, Juan Peckham, Mateo Acquasparta, Duns Scoto...

Las principales universidades de Europa como París (especializada en teología y artes) y Bolonia (en leyes) surgieron de escuelas catedralicias. Recordemos que en el concilio de Letrán III en 1179 se estableció que todas las catedrales tuvieran escuelas catedralicias. Esto se ratificó en el concilio de Trento. Y desde los primeros siglos, a la sombra de los monasterios, había escuelas monásticas. Igualmente, en América latina, especialmente en México, cada convento tenía una escuela y un hospital. En 1540, según fray Toribio de Benavente, Motolinía, en algunos conventos de México había 300, 400, 600 y hasta mil alumnos inDios. Las primeras universidades de América fueron fundadas por la Iglesia en Santo Domingo (1538), Lima y México (1553).

En Europa, las primeras universidades estaban bajo el patrocinio del Papa, tenían aprobación pontifica y, en caso de conflictos con las autoridades civiles o eclesiásticas del lugar, el Papa era el árbitro. Las universidades patrocinadas por la Iglesia tenían reconocimiento universal, y las clases eran en latín. Los titulados tenían derecho de enseñar (ius ubique docendi) en cualquier parte del mundo. En cambio, las universidades con cédula real o imperial, sólo podían hacerlo dentro del territorio del rey o emperador.

Observemos que, en el siglo XVI, había en Europa 81 universidades. Treinta y tres tenían cédula pontificia, quince tenían cédula real o imperial y veinte gozaban de ambas acreditaciones, pontifica y real. El Papa Inocencio III concedió en 1254 a la universidad de Oxford la posibilidad de dar títulos. Y no creamos que en las universidades se estudiaba sólo teología. Los estuDios normales abarcaban derecho canónico y civil, filosofía natural, medicina, teología y, además, el famoso quatrivium (aritmética, geometría, música y astronomía) y el trivium (gramática, retórica y lógica). Nunca la Iglesia rechazó la razón, sino más bien fomentó el estudio racional a través de la filosofía, la lógica y otros estuDios afines.

Progreso científico

Los monjes fueron inventores de grandes adelantos que hicieron más fácil la vida de la gente de su tiempo. Además de la creación de hospitales, escuelas y universidades, su contribución a la civilización occidental fue inmensa. Entre otras cosas, inventaron técnicas para la transformación de los metales, introdujeron nuevos cultivos, fueron los pioneros en tecnología desde el siglo IV al XV e inventaron la turbina hidráulica y los molinos de viento con palas giratorias.

Allí donde llegaban los monjes transformaban las tierras vírgenes en cultivos, abordaban la cría del ganado y las tareas agrícolas, trabajaban con sus propias manos, drenaban pantanos y desbrozaban bosques. Alemania se convirtió, gracias a ellos, en un país productivo. Los monasterios benedictinos eran una universidad agrícola para la región en la que se ubicaban. El historiador francés del siglo XIX, poco afecto a la Iglesia, François Guizot, observaba: Los monjes benedictinos fueron los agricultores de Europa; transformaron amplias zonas del continente en tierras cultivables, asociando la agricultura con la oración.

En todas partes introducían los monjes cultivos e industrias y empleaban métodos de producción desconocidos hasta la fecha por la población del lugar. Abordaban la cría de ganado y de caballos o las técnicas de fermentación de la cerveza, la apicultura o el cultivo de las frutas. En Suecia desarrollaron el comercio del grano. En Parma fue la elaboración del queso. En Irlanda los criaderos de salmón y, en muchos otros lugares, los mejores viñedos. Los campesinos de Lombardía aprendieron de ellos las técnicas de regadío que contribuyeron a transformar asombrosamente la región en una de las más ricas y fértiles de Europa.

Dom Perignon, un monje de la abadía de san Pedro en Hautvilliers del Marne, en Francia, inventó en el siglo XVII el champán.

Según Randall Collins, los monasterios cistercienses fueron las unidades economistas más eficaces que habían existido en Europa y acaso en el mundo hasta la fecha.

El monasterio cisterciense de Clairvaux nos ha legado una crónica de sus sistemas hidráulicos en el siglo XII, dando cuenta de la asombrosa maquinaria de la Europa de la época. La comunidad cisterciense se asemejaba a una fábrica donde, mediante el uso de la energía hidráulica, se molía el grano, se tamizaba la harina, se elaboraban telas y se curtían pieles.

Los monjes cistercienses destacaron por su destreza metalúrgica. Entre mediados del siglo XIII y el siglo XVII, los cistercienses fueron los principales productores de hierro en la Campaña francesa. Y usaban como fertilizantes la escoria de sus hornos por su elevada concentración de fosfatos.

El primer reloj de que tenemos noticia fue construido por el futuro Papa Silvestre II para la ciudad alemana de Magdeburgo hacia el año 996. Ricardo de Wallingford, abad de los benedictinos de Saint Albans, en Inglaterra, y uno de los precursores de la trigonometría occidental, es famoso por el gran reloj astronómico que diseñó en el siglo XIV.

La turbina hidráulica, para moler el grano y hacerlo harina marcó un hito importante. Los molinos a base de agua se multiplicaron por todas partes. En el siglo IX, la tercera parte de los molinos a lo largo del Sena, en París, eran a base de turbinas de agua; la mayor parte propiedad de religiosos.

Igualmente, se difundieron los molinos de viento con palas giratorias. En muchos conventos, sobre todo cistercienses, había lagos artificiales para cría de ciertas clases de peces, que abastecían los mercados. También, en esos años de la Edad Media, se hizo en gran escala la producción de paño con máquinas o telares accionados con los pies.

En la Europa medieval, hubo tres grandes inventos que revolucionaron la vida de la gente. La chimenea para que las casas estuvieran calientes y sin los inconvenientes del humo. Los anteojos para poder ver durante muchos años sin el inconveniente anterior de muchos grandes artistas que a partir de los 40 años, no podían trabajar por falta de vista. Y otro invento es el reloj. Al principio, eran grandes relojes que se colocaban en las torres de las iglesias o lugares públicos para que, con sus campanadas, todo el mundo se rigiera por la hora y así hubiera más organización en los trabajos.

También se inventó las polifonía o canto a voces y se perfeccionaron algunos instrumentos musicales como el clavicordio, el violín, el contrabajo, el órgano...

Es interesante anotar la gran cantidad de sacerdotes científicos que hubo en la Edad Media. Merecen especial atención, en el siglo XIII, Roger Bacon, franciscano y profesor de Oxford, admirable por sus trabajos ópticos y matemáticos, considerado como el precursor del método científico moderno. San Alberto Magno (1200-1280), profesor de la universidad de París y maestro de santo Tomás de Aquino, era profundo conocedor de todas las ramas de la ciencia y uno de los precursores de la ciencia moderna. Su prodigiosa obra abarcó la física, la lógica, la metafísica, la biología, la sicología, la botánica...

Robert Grosseteste, canciller de Oxford y obispo de Lincoln, es considerado como uno de los hombres más eruditos de la Edad Media. Fue el primero en escribir la serie completa de pasos necesarios para llevar a cabo un experimento científico.

Al padre Nicolaus Steno (1638-1686), converso del luteranismo, se le atribuye el establecimiento de la mayoría de los principios de la geología moderna y ha recibido el nombre de padre de la estratigrafía (estudio de los estratos o capas de la tierra). Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II.

Los mayores científicos se encuentran en la Compañía de Jesús. Ellos contribuyeron al perfeccionamiento de los relojes de péndulo, pantógrafos, barómetros, telescopios reflectores y microscopios. Introdujeron en las matemáticas italianas los signos de más y menos; y muchos científicos seglares, como Fermat, Huygens, Leibniz y Newton, los reconocen entre sus más valiosos corresponsales.

Cuando Charles Bossut elaboró la lista de los matemáticos más eminentes desde el 900 a.C. hasta el 1800 d.C., incluyó a 16 jesuitas entre 303. Esto es granDioso, considerando que en estos 2.700 años sólo existieron durante 200 años. Treinta y cinco de los cráteres lunares fueron bautizados por científicos y matemáticos de la Compañía de Jesús. Fueron los jesuitas los primeros en llevar la ciencia occidental a lugares tan lejos como China e India. Ellos hicieron la labor de traducir al chino los textos occidentales sobre matemáticas y astronomía especialmente. El padre jesuita Christopher Clavius, gran astrónomo, fue quien aconsejó en 1582 al Papa Gregorio XIII eliminar 10 días del calendario Juliano y redefinir la duración del año en 365, 2422 días, tal como quedó en el nuevo calendario gregoriano desde entonces hasta hoy.

En los comienzos del siglo XIX, los jesuitas inauguraron en África y América central y del Sur, observatorios para el estudio de la astronomía, el geomagnetismo, la meteorología, la sismología y la física solar.

Un gran científico jesuita fue el padre Giambattista Riccioli, que fue el primer hombre que logró determinar el índice de aceleración de un cuerpo en caída libre. El padre Francisco María Grimaldi, en unión con Riccioli, construyó el selenógrafo para describir los rasgos de la Luna, que hoy se exhibe en la entrada del Museo Nacional del Aire y el Espacio de Washington. Pero el mayor éxito del padre Grimaldi fue descubrir la difracción de la luz y asignar a este fenómeno el término difracción.

Otro gran famoso jesuita fue el padre Roger Boscovich (1711-1787), calificado por Sir Harold Hartley, de la Royal Society, como uno de los más grandes intelectuales de todos los tiempos. Fue un verdadero erudito en teoría atómica, óptica matemática y astronomía. Se le ha considerado el mayor genio que Yugoslavia ha dado jamás al mundo. Algunos lo consideran como el verdadero creador de la física atómica fundamental.

Otro gran científico jesuita fue el padre Athanasius Kricher (1602-1680), honrado con el título de maestro de un centenar de artes. Sus investigaciones en el terreno de la química fueron muy notables. Su fascinación por el antiguo Egipto le ha hecho ser considerado por muchos como el verdadero fundador de la egiptología, y sus escritos permitieron llegar a descifrar, en 1799, los jeroglíficos egipcios. La aportación de los jesuitas en sismología (estudio de los terremotos) ha sido sustancial, de modo que se la ha llamado la ciencia jesuita.

Hay otra gran contribución de la Iglesia al estudio de la astronomía, que es casi desconocida: Las catedrales de Florencia, París, Bolonia y Roma se diseñaron en los siglos XVII y XVIII para servir de observatorios solares. En ningún otro lugar del mundo existían instrumentos más precisos para el estudio del Sol. Cada una de las catedrales contenía una serie de huecos que permitían el paso de la luz solar y mostraban las líneas horarias dibujadas en el suelo. ¿Quién podía haber adivinado que las catedrales católicas contribuirían así al progreso de la ciencia? Los observatorios de las catedrales resultaron esenciales para el avance de la investigación científica.

Heilbron, de la universidad de Berkeley, California, ha dicho: La Iglesia católica ha proporcionado más ayuda financiera y apoyo social al estudio de la astronomía durante seis siglos (desde la recuperación de los conocimientos antiguos en el transcurso de la Edad Media hasta la Ilustración) que ninguna otra Institución y, probablemente, más que el resto en su conjunto.

Como vemos, el hecho de que la ciencia moderna surgiera en el entorno católico de Europa occidental no fue una mera coincidencia.

El arte de la pintura y de la escultura surgió especialmente en ambientes católicos, pues los musulmanes rechazaban toda representación, al igual que los judíos o protestantes. En cuanto a la arquitectura, las catedrales católicas tienen una proporcionalidad geométrica asombrosa. En ellas se mezcla el arte con la geometría y matemática para hacer una bella obra de arte.

Muchos Papas fueron propiciadores de artistas. Y ahí tenemos las grandes obras de pintura, escultura y arquitectura en el Vaticano, obra de Bramante, Miguel Ángel, Rafael y otros.

Con relación al Derecho es, también en gran medida, una aportación eclesiástica. El derecho canónico fue el primer sistema legal moderno surgido en Europa, que demostró la posibilidad de reunir en un cuerpo legal coherente y completo todo el conjunto de estatutos, tradiciones y costumbres locales, a menudo contradictorias. Con anterioridad al nacimiento del derecho canónico, en los siglos XII y XIII, no existía en Europa ningún sistema de leyes organizado.

El principal tratado de derecho canónico fue obra del monje Graciano y se tituló: “Una concordancia de cánones discordantes”, conocido también como Decreto de Graciano, escrito hacia el año 1140. Fue una obra gigantesca que marcó un hito histórico. Su importancia se debe a que, en pleno siglo XI, los pueblos de Europa vivían según modelos de leyes de los pueblos bárbaros, que habían conquistado el Imperio romano. Había costumbres irracionales como las ordalías o juicios de Dios. Para aquellos pueblos de leyes bárbaras, la ley era simplemente un modo de poner fin a una disputa y mantener el orden y no tanto un modo de hacer justicia. Por eso, el experto Harold Berman ha afirmado que la Iglesia católica fue quien enseñó por primera vez al hombre occidental lo que es un sistema legal moderno.

Al padre Francisco de Vitoria (siglo XVI) se le considera el padre del derecho internacional, pues defendió la doctrina de que todos los hombres son libres, proclamando su derecho a la vida, a la cultura y a la propiedad. Fue el primero que publicó un tratado sobre el derecho de las naciones. Y podríamos seguir hablando de muchas cosas más sobre la colaboración de la Iglesia en el progreso científico y en el desarrollo de la cultura europea. Y sin embargo, hay gente miope que sólo habla del caso de Galileo para ponerlo como ejemplo de la supuesta oposición entre la ciencia y la fe. Muchos todavía creen que Galileo (1564-1642) fue quemado o torturado o metido en prisión por la Inquisición, lo que es totalmente falso.

El caso Galileo es casi el único que pueden traer a colación los enemigos de la Iglesia, pero ¿cuál fue el problema? Galileo aprendió del eclesiástico polaco Copérnico (1473-1543) que la tierra daba vueltas alrededor del sol y él, con sus investigaciones, quedó totalmente convencido de esta idea. Cuando escribió, en 1612, sus Cartas sobre las manchas solares, defendiendo este sistema de Copérnico, llamado heliocentrismo, fue felicitado especialmente por el cardenal Maffeo Barberini, futuro Urbano VIII.

Pero Galileo no sabía probar sus ideas y la única razón que daba para probar el heliocentrismo era el movimiento de las mareas, lo cual es falso, pues se debe a la atracción de la Luna.

En 1616, Galileo tuvo una conversación con el cardenal Belarmino, quien le informó que su opinión se podía sostener de modo hipotético y no como verdad absoluta. Pero en 1632, Galileo escribió su Diálogo sobre los grandes sistemas del mundo en el que hizo caso omiso del compromiso de presentar su opinión copernicana como hipótesis.

Entonces, los jueces de la Inquisición, algunos de los cuales pensaban que sus ideas iban en contra de algunos textos bíblicos, lo condenaron el 22 de junio de 1633 a abjurar de su teoría no demostrada sobre el movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Se prohibieron sus libros, que fueron incluidos en el índice, se le condenaba a confinamiento domiciliario y a rezar una vez por semana los siete salmos penitenciales; algo que parece que cumplieron por él sus dos hijas religiosas.

Pero Galileo nunca dejó de ser un fervoroso católico ni perdió la amistad de obispos y científicos que lo visitaban en su casa. Sin embargo, fue lamentable su condena. Sólo en 1741, cuando se demostró la verdad del copernicanismo, se pudieron publicar las obras de Galileo con autorización.

Por este error de la Iglesia, al meterse en el campo de le ciencia, ya pidió perdón el Papa Juan Pablo II en la jornada del perdón del 12 de marzo del 2000. El mismo concilio Vaticano II ya había aludido a ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe.

El Papa Juan Pablo II nombró en 1981 una Comisión para estudiar el caso Galileo y el 31 de octubre de 1992, el presidente de la Comisión, cardenal Poupard, dijo ante los miembros de la Academia Pontificia de ciencias: En esa coyuntura histórico-cultural, muy alejada de la nuestra, los jueces de Galileo, incapaces de disociar la fe de una cosmología milenaria, creyeron equivocadamente que la adopción de la revolución copernicana, que por lo demás todavía no había sido probada definitivamente, podía quebrar la tradición católica y que era su deber prohibir su enseñanza. Este error subjetivo de juicio, tan claro para nosotros hoy día, les condujo a una medida disciplinaria a causa de la cual Galileo debió sufrir mucho. Es preciso reconocer lealmente estos errores.

Por su parte, el Papa, en su intervención afirmó: El caso Galileo era el símbolo del pretendido rechazo del progreso científico por parte de la Iglesia o bien del oscurantismo dogmático opuesto a la búsqueda libre de la verdad. Este mito ha jugado un papel cultural considerable, ha contribuido a afianzar en muchos científicos de buena fe la idea de que existe incompatibilidad entre el espíritu de la ciencia y su ética de investigación, por una parte; y la fe cristiana, por la otra. Una trágica incomprensión recíproca ha sido interpretada como el reflejo de una oposición constitutiva entre ciencia y fe. Las aclaraciones aportadas por los recientes estuDios históricos nos permiten afirmar que ese doloroso malentendido pertenece ya al pasado.

Con este problema, la Iglesia tuvo que aprender que no tiene competencia para decidir en cuestiones científicas y que, como decía san Agustín: La Biblia no nos enseña cómo van los cielos sino cómo se va al cielo. Pero aclaremos que el Papa no intervino y no hubo ninguna declaración de fe en contra de Galileo. ¿No debía habérsele condenado en absoluto? Ciertamente, la Iglesia no es competente en cuestiones científicas, pero tomar esto como ejemplo para afirmar que la Iglesia está en contra de la ciencia es algo muy exagerado, después de todo lo que hemos visto sobre la contribución de la Iglesia al progreso de la ciencia. ¿Acaso ha habido en la civilización occidental una Institución que pueda tener un currículum científico más excelente que la Iglesia católica?

ALEJAMIENTO DE DIOS Y DE LA IGLESIA

En el siglo XVIII, muchos filósofos creyeron que la religión era una superstición y rechazaron a Dios de sus vidas. Estos filósofos soñaron con mundos ideales con una felicidad puramente natural, donde no existiera la familia ni la propiedad privada ni moral alguna. Pero estas ideas llevaron a la Revolución francesa con todas sus masacres y violencias. Porque un mundo de Dios se hace inhumano e infeliz. Veamos lo que significó el movimiento cultural llamado Ilustración para Europa. Sus consecuencias todavía las estamos viviendo en este mundo actual en que Dios parece estar ausente de la vida diaria y donde parece que Cristo es un estorbo para la felicidad de muchos.

La Ilustración

En el siglo XVIII surgió en Europa un movimiento cultural caracterizado por una confianza total en la razón, negando todo lo sobrenatural y criticando todas las Instituciones tradicionales, especialmente la monarquía y la religión católica. Estos filósofos ilustrados, como Voltaire, decían que todos los siglos anteriores a ellos habían sido de barbarie y superstición, porque había dominado la religión sobre la razón. A los siglos anteriores, los llamaban siglos de las tinieblas, mientras que su siglo, con el despertar de la razón, lo llamaban el siglo de las luces. Estos filósofos racionalistas, que descartaban totalmente a Dios de la humanidad, fueron los que prepararon la llegada de la Revolución francesa. Al llegar ésta, persiguieron a la religión católica como si hubiera sido la causa de todas las guerras y de todos los males, poniendo como base y fundamento de la sociedad a la Diosa Razón.

Ellos se consideraron como los defensores de los derechos humanos, como si antes no hubieran existido, y proclamaron a los cuatro vientos los principios de libertad, igualdad, fraternidad. Pero estos supuestos defensores de la libertad y de los derechos humanos, destruyeron por puro vandalismo tesoros culturales y artísticos de muchas bibliotecas eclesiásticas y de monasterios como Cluny, Longchamp, Lys, la catedral de Macon, la de Boulogne sur Mer, la sainte Chapelle de Arras, los claustros de Conques y otras innumerables obras de arte de la cultura antigua.

Ellos, que hablaban mucho de libertad y tolerancia, cometieron el más grande genocidio de la historia moderna en la región de la Vendée, donde masacraron a 120.000 personas por haberse opuesto a aceptar las ideas de la revolución. Y la deshumanización de estos revolucionarios llegó hasta el punto que con las pieles curtidas de los vencidos, hicieron botas para los oficiales; y hervían los cadáveres para extraer grasa y jabón. Algo sólo superado por las cámaras de gas de Hitler.

El 10 de noviembre de 1793, los revolucionarios consagraron la catedral de Notre Dame a la Diosa Razón. En la parte central, se alzaba una estatua a la Filosofía. Por el nuevo templo desfiló una joven actriz Mademoiselle Aubry, vestida con una larga túnica blanca y un manto azul, armada con la lanza de la Ciencia. Estaba acompañada de un coro de bailarinas, vestidas de blanco, y quemaron incienso ante el altar. Casi inmediatamente, 2.345 iglesias fueron transformadas en templos a la Razón.

Para los filósofos ilustrados, los derechos se fundaban en la razón, que puede opinar de diferentes maneras según convenga. Descartes en su Discurso del método dice que la razón es el principio de la verdad. Y decía: No hay que admitir como verdadera cosa alguna que no se conozca con evidencia que lo es. Para él, la subjetividad es el punto de partida y la condición para todo saber. La verdad objetiva está sometida a la razón subjetiva, es decir, que algo es verdadero según así lo comprenda cada uno.

Los filósofos ilustrados decían que la razón podía explicarlo todo y afirmaban: Nec decipit ratio nec decipitur unquam (La razón jamás engaña ni es engañada). Estas ideas parecen estar de moda en la actualidad con el relativismo tan extendido por todas partes. Para los intelectuales modernos o ilustrados actuales todo es relativo. No hay verdades absolutas ni principios universales e inmutables. Lo único cierto es que todo es relativo y que la verdad depende de lo que cada uno cree. Por eso, nadie tiene derecho a imponer a nadie sus propias ideas. Lo que importa es la propia opinión personal. De ahí que a la Iglesia católica, como lo hicieron los ilustrados del siglo XVIII, la califican de intolerante por querer enseñar a todos unas verdades absolutas como que Cristo es Dios, que ha venido a la tierra y nos ha salvado, que la muerto y resucitado, que está presente en la Eucaristía; y que hay acciones buenas o malas objetivamente, independientemente de la opinión personal, etc.

Estos filósofos ilustrados o relativistas actuales hablan mucho de libertad y tolerancia total, pero sólo para los que piensen como ellos. Voltaire es considerado el patriarca de la tolerancia, porque escribió un tratado sobre la tolerancia, alabando el espíritu tolerante del pueblo romano. Pero no aceptaba la tolerancia contra los intolerantes católicos. Para él hay que ser intolerantes con los intolerantes. Y ¿quiénes son intolerantes? Al final, lo serán todos nuestros enemigos y los que no piensan como nosotros. Por eso, no es de extrañar que, en las sociedades en que ha triunfado el ateismo militante y se han dejado guiar sólo por la razón (es decir, por las propias ideas), han llegado a las persecuciones, matanzas y violaciones de los derechos humanos más graves de la historia. Pensemos en el comunismo, nazismo, revolución francesa...

Y es que, cuando se suprime a Dios de la vida humana, alguien toma su lugar y, normalmente, lo hace el Estado todopoderoso, que, con frecuencia, tiene un nombre concreto: el líder máximo que dirige el país y que se convierte en un tirano.

En cuanto a las mujeres, casi todos los historiadores están de acuerdo en admitir que, al final de la Revolución francesa, las mujeres se encontraban peor que antes. La única novedad fue el divorcio, pero dada la casi total ausencia de derechos y dada la mentalidad dominante entre los ilustrados, esta novedad se convirtió para ellas en un perjuicio.

Las ideas de los ilustrados sobre la mujer están perfectamente representadas en la obra de Restif de la Bretonne, especialmente en su Les Gymnographes de 1777, un proyecto de normas para la mujer. Recalca que las mujeres deben estar sometidas al hombre, jefe y soberano del hogar. Para él, la muchachas de alta sociedad podían aprender a leer, pero no a escribir; y las de baja sociedad ni siquiera a leer. La elección de pareja debía ser hecha por los padres y las que no cumplieran las normas, debían ser condenadas a trabajos forzados o a pena de azotes. En el matrimonio, decía: las mujeres no podrán en ningún caso sustituir al marido, perniciosa costumbre practicada hasta ahora erróneamente y que debe ser absolutamente eliminada.

Muchos de estos filósofos ilustrados soñaban con un mundo feliz sin Dios y sin religión, donde todo fuera común hasta las mujeres y los hijos. Entre ellos encontramos muchas utopías: proyectos de cómo debería ser el mundo para ser plenamente feliz. Veamos algunas de estas utopías.

Jean Jacques Rousseau (1712-1778) habla del buen salvaje como ideal humano. Para él el hombre se ha corrompido y degenerado por la civilización. La creación de la familia, el surgimiento de las artes y de las ciencias, de las leyes y de las instituciones del Estado han sido muchas de las etapas de su degeneración. El hombre primitivo, según él, era y es bueno y feliz. De ahí que la historia humana ha sido, en su opinión, no un progreso sino un retroceso, una depravación constante. Por lo cual, propone volver a la vida de la naturaleza sin los adelantos modernos para poder ser felices, sin familia, sin propiedad privada y tener todo en común. En su libro Emilio habla de que todo sale perfecto de manos de la naturaleza y el hombre lo degenera. Su slogan es: Hay que volver a la naturaleza. Hay que llevar una vida lo más conforme con la naturaleza.

Otro soñador es Morelly. Algunos creen que Morelly era sinónimo de Diderot, uno de los principales directores de la Enciclopedia (monumental obra de 33 volúmenes editada por Diderot y D´Alembert entre 1751 y 1772, donde los filósofos ilustrados más representativos expresan sus ideas sobre el predominio de la razón y cómo debe ser un mundo nuevo). Pues bien, Morelly habla de un mundo paradisíaco en esta tierra, donde no existiría la propiedad privada. Los ciudadanos serían funcionarios del Estado. Los niños desde los cinco años serían separados de sus padres y educados por el Estado de modo igualitario. El matrimonio sería obligatorio a partir de cierta edad y todos deberían trabajar entre los 20 y los 35 años. En este paraíso todo sería de todos y el Estado distribuiría los productos de acuerdo a las necesidades de cada uno. El comercio y el cambio estarían totalmente prohibidos.

Los infractores de las leyes del Estado serían considerados, no como delincuentes, sino como enemigos de la humanidad, declarándolos locos. Porque, si todos son felices en ese paraíso, había que ser locos para no hacer lo que hacen todos.

En estas ideas de Morelly parece vislumbrarse ya lo que soñó Marx en su paraíso comunista. Nada de propiedad, todo de todos. El Estado es el único dueño, que da a todos según su necesidad. Los infractores son llevados a las clínicas siquiátricas como los soviéticos; los disidentes deben ser curados a la fuerza, porque son locos. Pero ¿se puede ser feliz en contra de la propia voluntad? ¿Han sido felices los ciudadanos de los países comunistas? ¿Quién no recuerda las masacres de Stalin o de los comunistas de Camboya con Pol Pot?

Otro gran ilustrado fue Dechamps. Según él, para conseguir el paraíso terrenal había que eliminar la propiedad privada de las cosas y de las mujeres. Para él no hay moral y todo debe ser común. El incesto no es pecado. Todo es bueno, si nos da la felicidad. En este paraíso habría que destruir las artes y las ciencias, porque serían inútiles. Se debían quemar todos los libros menos el suyo: El verdadero sistema. Los seres humanos vivirían en cabañas de madera y dormirían en lechos de paja. La alimentación sería vegetariana, todos los días exactamente igual. En ese mundo, dice, no existiría la risa ni el llanto, pues todos tendrían la misma expresión de contento. No habría diferencia de sexos. Los funerales serían abolidos, ya que los difuntos no deberían importarnos más que un animal muerto.

¿Te gustaría a ti vivir en ese mundo sin Dios, en el que todos sean absolutamente iguales, viviendo una vida natural sin deseo de mejorar ni de estudiar ni progresar?

Donatien-Alphonse François, marqués de Sade, de donde proviene el nombre de sadismo, fue un prolífico autor de utopías ilustradas. El marqués de Sade murió loco en un manicomio de la Salpetrière. En su obra Aline y Valcour, publicada en 1795, describe un cielo en la tierra en la isla de Tamoé, un lugar del Pacífico circundado de escollos inaccesibles. El clima es idílico y la capital, Tamoé, es una de las 16 ciudades de la isla. Allí se presenta un oficial de la marina de Luis XIV que se enamora de una indígena y reforma las costumbres y las leyes dentro del más puro espíritu de los filósofos del siglo de las luces.

La capital es totalmente redonda. Las casas todas iguales y del mismo color rosa y verde. La plaza central es también redonda y rodeada de árboles. En el centro hay dos edificios redondos y más altos que los demás. La religión es solar. El sol es como el símbolo de Dios y nada más. Todo allí es sencillo. Ni templos ni ritos ni clero.

El único dueño de todo es el Estado. Reina la más absoluta igualdad, incluso en los vestidos, que consisten en una simple túnica gris para los ancianos, verde para los adultos y rosa para los jóvenes. Allí todos tienen todo lo que desean y no hay leyes ni prisiones. Los niños son educados por el Estado desde que son destetados hasta los 15 años. A esa edad deben contraer matrimonio. Para ello, son llevados a la casa común en que han sido criadas las mujeres y allí eligen. Está admitido el divorcio. Los ancianos imposibilitados son alojados por el Estado en palacios destinados para ellos. Todos son rigurosamente vegetarianos y la diversión preferida es el teatro.

En este paraíso no hay propiedad privada ni religión. Aparecen residencias para ancianos, guarderías infantiles, divorcios, modas uniformes, rigorismo vegetariano. Y así creen conseguir una felicidad puramente natural sin aspiraciones de progreso. ¿Será todo ilusión de filósofos ateos que quieren vivir eternamente sin Dios en un paraíso terrenal?

Una nueva utopía, que acabó en tragedia, la quiso hacer realidad el famoso Jones, ex-pastor metodista. Su ideal era el paraíso comunista. Había fundado en 1956 en Indianápolis (Estados Unidos) el Templo del pueblo y, debido a las supervisiones y acusaciones ante la justicia, decidió trasladar a sus seguidores a la Guyana ex-británica para construir allí un cielo en la tierra, donde todo fuera común al mejor estilo marxista. Poco a poco, fue quitando a sus seguideros la idea de Dios y hasta blasfemaba y escupía sobre la Biblia.

Le escribía a su suegra: Estoy realizando el paraíso en la tierra. Estoy demostrando que no hay necesidad de Dios. Pienso en Rusia y en China, soy comunista y he fundado la primera sociedad comunista americana.

En este paraíso todos los bienes de los adeptos pasaban a Jones y los fieles recibían manutención, alojamiento y dos dólares a la semana. Jones podía disolver matrimonios y realizarlos. Obligaba a acusar a quienes tenían comportamientos contrarios a la igualdad o a la voluntad de Jones, y favorecía los traspasos en los alojamientos comunes y el destino de los hijos a los servicios sociales del Templo.

Jones podía ordenar a cualquier hombre o mujer que tuviera relaciones sexuales con él, y la desobediencia en este punto era castigada severamente. Las penas consistían en azotes o electroshock. Las relaciones sexuales estaban permitidas a través de un comité organizador, no por voluntad propia. En estas condiciones, con las continuas reuniones nocturnas, los cursos de adoctrinamiento y las confesiones públicas, se reducía cada vez más la personalidad de los individuos, que no podían hacer preguntas ni pedir explicaciones.

Este paraíso de Jones estaba en plena selva, aislados del mundo, viviendo una vida natural. Nadie podía escapar. Los pasaportes habían sido retirados y todos debían trabajar durante once o doce horas diarias. En varias ocasiones, les hizo beber veneno por la gloria del socialismo para suicidarse, pero eran falsas alarmas. A un jovencito de doce años le escribía: Es estupendo que estés dispuesto a beber el veneno contra los capitalistas, contra la CIA, contra la bestialidad del capitalismo y por la dulzura del socialismo. La Unión soviética era definida continuamente por él como la tierra prometida y se daban regularmente cursos de lengua rusa. El patrimonio económico de Jones tenía este destino: siete millones de dólares al partido comunista soviético y diez al partido comunista norteamericano.

Jones era la única ley. Todos debían obedecerle sin preguntar. Hasta que un día les hizo tomar veneno de verdad y todos murieron envenenados con cianuro. Fueron 912. Novecientas doce vidas que habían buscado un paraíso terrenal sin Dios y bajo la guía de un loco o dictador comunista a todo trance. La televisión mundial difundió las imágenes de los muertos el 19 de noviembre de 1978. ¿Cuántos tendrán que seguir muriendo hasta que los hombres se den cuenta de que sin Dios no es posible la felicidad en esta vida ni en la otra?

Consecuencias de la Ilustración

Ya hemos hablado de las matanzas y persecuciones contra todo lo religioso de aquellos revolucionarios que buscaban la felicidad sin Dios y que, hablando mucho de libertad y tolerancia, quisieron imponer por la fuerza sus opiniones. Mientras la revolución soviética respetó las tumbas de los zares, la francesa de 1789 quiso hacer desaparecer toda huella de los reyes. Veinticinco reyes, diecisiete reinas y setenta y un príncipes y princesas fueron sacados de sus tumbas y arrojados a una fosa común, rociados con cal. Los mausoleos de los reyes fueron destruidos. Las 54 cajas de plomo de los féretros de los Borbones fueron fundidas y transformadas en munición. Igual suerte corrieron las esculturas. Las cabezas de las estatuas de los reyes de Francia de Notre Dame de París fueron decapitadas y han sido recuperadas hace poco tiempo.

El 10 de junio de 1794 se instituyó el Terror. En París el tribunal revolucionario funcionó ininterrumpidamente. La guillotina trabajaba seis horas al día, despachando 900 muertos al mes. En el transcurso de seis meses de la dictadura de Robespierre fueron encarceladas 500.000 personas, 300.000 confinadas y 16.594 guillotinados. ¡Qué ironía, los defensores de la libertad, matando sin piedad! Por eso, hay una frase significativa, atribuida a Madame Roland, cuando iba a subir a la guillotina: ¡Libertad, cuántos crímenes se han cometido en tu nombre!

Pero veamos otros aspectos de estos filósofos ilustrados, interesados en defender sus privilegios. Todos ellos eran de clase acomodada e invertían en compañías de trata de esclavos. Voltaire, Diderot y Raynal ganaron mucho dinero en compañías de trata de negros. Ellos eran racistas. Voltaire decía: Sólo un ciego puede dudar que los blancos, los negros, los albinos, los hotentotes, los lapones, los chinos, los americanos no sean de raza enteramente diferentes.

Buffon y Voltaire criticaron en alguna ocasión los malos tratos a los esclavos, pero no hablaron contra la esclavitud. El filósofo italiano Beccaria, festejado en toda la Europa de la Ilustración y comentado por Voltaire y Diderot, considerado el apóstol del progreso, en su Tratado de los delitos y de las penas, escrito en 1764, propone la supresión de la pena de muerte y sustituirla por la esclavitud. ¿Dónde quedaban los derechos humanos de los negros para ellos, que tanto hablaban de derechos humanos?

En la Enciclopedia hay algún artículo que condena la esclavitud, pero otros, como el título Negros, considerados esclavos en las colonias de América, explican que el desarrollo económico de las plantaciones de ultramar sería imposible sin la esclavitud. Y se dice: Los negros nacidos vigorosos y acostumbrados a una comida basta, encuentran en América una benignidad que hace la vida animal mucho mejor que en sus países. En muchos de estos filósofos que hablan mucho de derechos humanos, el materialismo y el utilitarismo se unen con el racismo para justificar la esclavitud.

Todos los artículos de la Enciclopedia se basan en el principio de que el hombre, si quiere transformar el universo, debe hacerlo por medio de la razón. La razón es la suprema facultad del hombre. Esto significa liberarse de todo prejuicio moral, político o religioso.

Ellos creen que el porvenir será mejor que el pasado supersticioso, fruto de la religión. Y desprecian al pueblo religioso e ignorante. Voltaire escribía a Damilaville: Es conveniente que el pueblo sea guiado y no que sea instruido, porque no es digno de serlo. El bien de la sociedad requiere que los conocimientos del pueblo no se extiendan más allá de sus labores. Así decía también La Chalotais en su Essai de education nationale, escrito en 1763. Otro filósofo ilustrado, Philipon de La Madeleine, manifestaba su deseo de que la escritura fuera prohibida a los hijos del pueblo. ¿Por qué? Porque el pueblo ideal, el pueblo ilustrado, es el pueblo sin el pueblo.

Para estos filósofos, la palabra mágica era tolerancia. Sin embargo Helvetius decía: Hay casos en los que la tolerancia puede ser funesta para la nación, cuando tolera una religión intolerante como la católica. Voltaire gritaba contra la Iglesia: ¡Aplastemos a la Infame! Lo decía como si fuera un grito de guerra para atacarla todos unidos.

Por otra parte, todos estos sabiondos filósofos hablan de la Edad Media, como si fuera una época bárbara y oscurantista. Y así suele hacerse creer todavía en la actualidad a los alumnos en las escuelas por medio de los libros de texto. Muchos hablan de la Edad Media con clichés preestablecidos y hablan de fortalezas siniestras, calabozos húmedos, señores feudales arrogantes, pueblos oprimidos... Pero no podemos llamar bárbara a una época en la que se construyeron famosas catedrales, famosas vidrieras, relicarios y custodias de valor artístico extraordinario. No se puede llamar bárbara a una época en la que florecieron, bajo el impulso de la Iglesia, abundantes universidades. Los monjes crearon la escala musical, el ritmo y la melodía, que son las bases de la música moderna. Tampoco podemos olvidar a quienes en esta época profundizaron en la astronomía, en la medicina y en otras ciencias preparando el progreso científico del mundo moderno.

La Inquisición

Los libros de historia propiciados por los enciclopedistas del siglo XVIII exageran la leyenda negra de la Inquisición. Los cuadros pintados por Jean Paul Laurens no muestran de la Inquisición más que calabozos tenebrosos y víctimas jadeantes, postradas a los pies de monjes sádicos. Incluso en pleno año 2001, una revista presentaba el libro negro de la Inquisición, acompañado con el subtítulo: Caza de brujas y cátaros. Retrato de un fanático: Torquemada. Las torturas y la confesión. De las 17 ilustraciones del documento, siete representan una hoguera y una escena de tortura.

Pero los hombres de la primitiva Inquisición medieval del siglo XIII, vivieron la Inquisición como una liberación. La historiadora Regine Pernoud dice que la Inquisición fue la reacción de defensa de la sociedad ante las herejías en tiempos en que la fe era tan importante como en nuestros días lo es la salud física.

Evidentemente, con la mentalidad del siglo XXI es difícil entender la Inquisición. Pero, en aquellos tiempos, lo que no se toleraba era la herejía o apostasía de la fe católica. Y en cuanto a la Inquisición española, fundada en 1478, dice Henry Kamen, inglés no católico:

En una época en que el uso de la tortura era general en los tribunales criminales europeos, la Inquisición española siguió una política de benignidad y circunspección. La tortura era empleada sólo como último recurso y aplicada en muy pocos casos. Las confesiones obtenidas por la tortura jamás eran aceptadas como válidas, porque evidentemente habían sido obtenidas por coacción. Por lo tanto, era esencial que el acusado ratificara su confesión al día siguiente de haber sido torturado... Los archivos de la Inquisición son exhaustivos y completos al describir el curso de las sesiones de tortura. Cada palabra, cada gesto era anotado por el secretario presente. Como reportajes, estos relatos carecen de paralelo en su época... Comparándola con la crueldad deliberada y la mutilación practicadas en los tribunales seculares ordinarios, se ve con una luz mucho más favorable de lo que sus detractores se han molestado en admitir. Si se agrega a esto las relativas buenas condiciones de sus prisiones, queda claro que el tribunal, en su conjunto, no tenía interés por la crueldad y que intentó en todo momento temperar la justicia con un trato misericorDioso.

Por eso, como dice el historiador peruano Fernando Ayllón: El número de condenados a muerte por el tribunal de la Inquisición no fue tan exagerado como decían sus detractores... En todo caso, el número de condenados fue mucho menor que en los demás países europeos en que las guerras religiosas y las quemas de brujas multiplicaron por decenas, cuando no por miles de veces, esta cifra. La leyenda negra contra el tribunal, conforme lo sostienen la mayoría de los investigadores hoy en día, resulta por demás insostenible.

En los Estados en donde el protestantismo había calado profundamente, no existía en verdad la Inquisición; pero, en su defecto, existía algo peor: el capricho y la voluntad omnímoda de los reyes y príncipes o de los jefes confesionales, como sucedía en los cantones suizos... El mundo protestante fue mucho más cruel e implacable en la persecución de quienes profesaban doctrinas diferentes de las profesadas por ellos. En suma, las llamadas crueldades de la Inquisición no eran ni pecado de la Inquisición ni culpa de España, sino naturales consecuencias del criterio dominante en asuntos procesales y penales. Por ello, podemos terminar este epígrafe, diciendo que la Inquisición fue en todo mejor que la fama que dejó de sí.

Y en cuanto a la quema de brujas, el gran especialista en este tema Gustav Henningsen, no católico, afirma: La exagerada suposición de que la Inquisición, en el siglo XV y XVI, hubiera quemado a 30.000 brujas, hace tiempo que ha dejado de tenerse en consideración por la ciencia. Y dice más: Las cifras de la quema de brujas por la Inquisición, por inesperadas, resultan asombrosas. Para Portugal es 4, para España 59 y para Italia 36.

Con respecto a la Inquisición española, según muchos expertos, el número de muertos en toda su historia sería entre 1.500 y 2000. Por ello podemos preguntarnos: ¿Habría habido menos muertos sin la Inquisición? Y en los países en que no hubo Inquisición como Inglaterra y Alemania, ¿cuántos muertos hubo por las guerras religiosas? Creemos que el balance es más positivo que negativo. Henningsen dice: La Inquisición fue la salvación de miles de personas acusadas (de brujería), de un crimen imposible. Y Roth Cecil afirma: Por este servicio a la humanidad y a la verdad (de librar de la muerte a acusados de brujería, pues hubo 20.000 juicios) la Inquisición española merece la gratitud de todos los hombres civilizados.

¿Qué les podemos decir a aquellos que, como el autor del Código da Vinci, dicen que la Inquisición mató cinco millones de brujas? ¿Que son mentirosos, ignorantes, perversos?

¿Intolerancia católica?

Ya hemos hablado anteriormente de la intolerancia de los ilustrados y de todos sus seguidores en la Revolución francesa.

Veamos ahora también la intolerancia anticatólica por parte de los protestantes. Estados Unidos reconoce actualmente que 17 millones de inDios fueron masacrados en la conquista del Oeste. Hoy los inDios norteamericanos representan menos del 1% de la población. En México este porcentaje es del 29%, al que hay que añadir un 55% de mestizos. En Perú la proporción es de 46% de inDios y 38% de mestizos. Conclusión: en América hispana no hubo genocidio según Pierre Chaunu: La presunta matanza de los inDios por los españoles en el siglo XVI encubre la matanza de inDios del siglo XIX por los norteamericanos.

Calvino, en 1541, organizó en Ginebra una dictadura teocrática, fundada en la estricta aplicación de los principios de la Reforma. Juegos, espectáculos, bailes, canciones y tabernas estaban prohibidos; y toda infracción moral (adulterio, violencia, impiedad) se consideraban crímenes. Calvino, en 1537, imponía la pena de muerte a los católicos de sus dominios. Sólo en 1797 fue abolida la legislación que castigaba con pena de muerte la celebración de la misa.

Actualmente, se ha hecho costumbre estigmatizar la intolerancia y el dogmatismo católico. Pero se olvida que, del mismo modo, la Reforma condena la libertad religiosa. Theodore de Beze, sucesor de Calvino, declara en 1570: ¿Diremos que hay que permitir la libertad de conciencia? De ninguna manera, si se trata de la libertad de adorar a Dios cada uno a su modo. Esto es dogma diabólico.

Durante las guerras de religión, los hugonotes protestantes no buscaban hacerse admitir como minoría, querían imponer su propia religión. Al final de las guerras de religión, se llegó a aceptar el principio: Cuius regio, eius et religio (en cada región debe aceptarse la religión del rey o príncipe reinante). Y esto lo cumplieron tanto católicos como protestantes.

En Prusia, los católicos debieron esperar al año 1821 para tener una existencia legal. Los católicos estaban excluidos de la función pública del cuerpo de oficiales y de las cátedras de la universidad, sin tener derecho a fundar colegios. Una vez al mes, los soldados católicos debían asistir a una predicación protestante. En 1837 y 1838, dos arzobispos que protestaban contra la discriminación, fueron encerrados en calabozos. En 1878, la kulturkampf de Bismarck condenó al exilio o a la prisión a los obispos y sacerdotes. Hubo que esperar al siglo XX para que los católicos prusianos no fueran considerados como ciudadanos de segunda categoría.

En 1536, Christian III, rey de Dinamarca, obligó a todos los habitantes de su reino a convertirse al luteranismo. Encarceló a obispos y sacerdotes, y confiscó los bienes de la tierra. En 1624, se promulgó la pena de muerte para todo sacerdote católico hecho prisionero en el país. En 1683 los bienes de los daneses convertidos a la religión católica, fueron requisados y se les retiró el derecho de testar. Estas medidas fueron válidas hasta 1849. Suecia y Noruega, reunidas durante mucho tiempo bajo la corona de los reyes de Dinamarca, practicaron la misma política. Hasta 1815, todo sacerdote católico, sorprendido en territorio sueco, se arriesgaba a ser condenado a muerte. Hasta 1860, todo sueco que abjuraba de la religión oficial, incurría en pena de exilio y de confiscación de sus bienes.

Sólo a partir de 1778, los católicos ingleses obtienen libertad de culto y el derecho a heredar. Debieron esperar hasta 1793 para beneficiarse de la plenitud de derechos civiles y a 1820 para el pleno reconocimiento de derechos políticos. Hasta 1850, les era imposible el acceso a universidades. En la universidad de Oxford sólo pudieron estudiar a partir de 1871. En Irlanda, en 1649, bajo Cromwell, 40.000 católicos fueron asesinados o vendidos como esclavos en Drogheda y en Wexford. Los católicos irlandeses tendrán que esperar al año 1829 para tener derecho de acceder a cargos públicos y ser elegidos. El derecho de propiedad sólo se les devolverá en 1872 y sus derechos civiles en 1913.

La cultura de la muerte

Los filósofos ilustrados de la actualidad atacan frecuentemente los principios cristianos, propiciando una sociedad libre, sin represiones y sin moral. No valoran la vida humana en su debida proporción y fomentan el aborto, los anticonceptivos, la eutanasia y toda clase de prácticas sexuales. Algunos de estos filósofos han creado una cultura de la muerte, como si sólo tuvieran derecho a vivir los hombres sanos de razas fuertes. Veamos algunos de estos filósofos del siglo XIX y XX, promotores de esta cultura de muerte. Comencemos por Charles Darwin.

Charles Darwin habló mucho de la selección natural como medio de preservar a los seres mejor dotados. Y esto mismo quiso que se hiciera entre los hombres. Dice: Entre los salvajes, los más débiles de cuerpo o de mente, resultan rápidamente eliminados y los que sobreviven, generalmente, exhiben un vigoroso estado de salud... Los hombres civilizados entorpecen el proceso de eliminación de los menos aptos: construimos asilos para imbéciles, para lisiados y para enfermos; promulgamos leyes para los menesterosos y nuestros profesionales de la medicina ejercitan toda su habilidad para salvar la vida de cada persona hasta el último momento. De esta manera, los más débiles de las sociedades civilizadas propagan su debilidad. Y tal obstáculo a la severidad de la selección natural es manifiestamente absurdo, pues nadie, que haya presenciado cómo se crían los animales domésticos, puede dudar de que ese obstáculo sea algo altamente dañino para la raza humana.

Francis Galton (1822-1910) aceptó plenamente las ideas de Darwin y sacó todas las conclusiones, aplicando no sólo la selección natural, sino también la selección artificial a los seres humanos. Para él, como para Darwin, los enfermos no tienen valor y se oponen al progreso de la humanidad. Por eso, hay que eliminarlos o, al menos, esterilizarlos. Galton en su libro Hereditary genius afirma: Llegará un tiempo en que la población de la tierra se mantendrá en unos números adecuados y estará conformada por las razas adecuadas, de la misma manera que las ovejas se crían en una pradera bien ordenada o las plantas en un invernadero; mientras tanto hagamos lo que podamos para propiciar la multiplicación de las razas más dotadas, de modo que surja una civilización “ilustrada” y generosa y no se obstaculice la llegada de los fuertes y sanos, partiendo de un instinto. Para Galton, el racismo es fruto natural de la evolución y progreso humano. Sólo los fuertes tienen derecho a vivir, sólo las razas fuertes tienen derecho a la vida.

Estas ideas se aplicaron ya en 1907 en Estados Unidos, donde se aprobaron leyes de esterilización forzosa en muchos Estados. La ley de inmigración estableció cuotas para evitar la inmigración de indeseables raciales. En 1927 la Corte Suprema, por ocho votos contra uno, aprobó la constitucionalidad de la esterilización eugenésica. En los años 1950, más de 50.000 homosexuales fueron esterilizados por orden de los tribunales norteamericanos. Hitler aprendió esta práctica de los Estados Unidos y entre 1939-1945 esterilizó a 250.000 pacientes, discapacitados físicos o mentales.

Otra ilustrada moderna fue la norteamericana Margaret Sanger (1879-1966) que en 1952 fundó la IPPF (International planned parenthood Federation; Federación internacional de paternidad planificada), una de las organizaciones mundiales más acérrimas defensoras del aborto y de la anticoncepción a gran escala. Ella promovió la libertad sexual total en su libro The woman rebel (La mujer rebelde).

Para ella, toda clase de prácticas sexuales hasta las más aberrantes, desde el incesto a la bestialidad, son aceptables. Según su opinión, la esterilización artificial debe ser obligatoria para los enfermos e incapaces. Al menos, dice, hay que separarlos para que no puedan tener relaciones sexuales durante los años reproductivos y no puedan dar lugar a seres degenerados. Aquí aparece otra vez el racismo, la esterilización eugenésica. Afirmaba: Aprobamos la política de esterilización inmediata para asegurarnos de que la paternidad es algo absolutamente prohibido para los incapaces.

Otro de los más grandes promotores de la libertad sexual total fue Alfred Kinsey (1894-1956). Favoreció mucho las relaciones homosexuales. Y, cuando su esposa Clara Bracken se entero de su inclinación marcadamente homosexual, lo apoyó y ella misma tenía relaciones con diferentes hombres, a quienes Kinsey intentaba seducir. Fundó el Instituto Kinsey para la investigación científica de las conductas sexuales, llegando a la conclusión científica de que todo es normal, incluido el sexo con niños (pedofilia) y la bestialidad. Afirma que estas prácticas, no es que sean antinaturales, sino que la sociedad las rechaza al igual que otras formas de comportamiento. Incluso, llegó a decir que la ciencia había descubierto que la bestialidad era un fenómeno prácticamente universal y, por tanto, absolutamente natural. Toda su obsesión era hacer creer a todos que las prácticas sexuales eran todas buenas sin excepción. Para él, la moral en esto no existía.

Otro autor importante de la revolución sexual del siglo XX fue el austriaco Wilhelm Reich (1897-1957). Pretendió prohibir todas las prohibiciones relativas al sexo y liberar así al mundo de la represión sexual. Según él, la familia es la principal fuente de represión sexual. Por eso, debería desaparecer para que cada uno sea libre en tener relaciones sexuales con quien lo desee. Defendió con ardor el derecho al sexo de los adolescentes y puso en marcha una cruzada infantil contra toda autoridad, defendiendo el derecho de los niños al amor natural.

Él se creía un visionario y un profeta. En su libro El asesinato de Cristo, describe a Cristo como la más espléndida encarnación del poder orgiástico, invitando a la humanidad a liberar sus energías sexuales reprimidas. De hecho, decía de sí mismo: Me di cuenta de que no podía vivir sin tener un burdel a la mano.

Otras ideas actuales fomentadas también por esos filósofos ilustrados modernos son las relativas a la eutanasia. Derek Humphry nació en Londres en 1930 y escribió un libro, El último recurso, que es un manual para matarse a sí mismo. A su primera esposa, Jean Crane, que murió en 1975 de cáncer de pecho y huesos, le ayudó a morir, diluyendo en su café secobarbital y codeína. Su segunda esposa lo acusó de haber asfixiado a Jean. Él se jactaba de haber ayudado a cientos de personas a suicidarse por haber utilizado la información que les había proporcionado. En una carta al director del New York Times del 11 de agosto de 1992, afirmaba que el suicidio asistido era una de las últimas libertades civiles que había que conquistar.

Otro gran defensor de la eutanasia o suicidio asistido fue Ernest Haeckel (1834-1919). Él afirmaba: ¿Qué utilidad aporta a la humanidad mantener y criar a los miles de cojos, sordomudos, idiotas, etc., que nacen cada año con la carga hereditaria de una enfermedad incurable? Me exaspera ver cientos de miles de incurables, lunáticos, leprosos, personas con cáncer, etc., que son mantenidos artificialmente con vida sin que eso suponga el más mínimo bien, ni para ellos ni para la sociedad en general... La muerte voluntaria, mediante la cual un hombre pone fin a un sufrimiento intolerable, es en realidad un acto de redención. Ningún ser dotado de sentimientos, que profese un verdadero amor cristiano hacia su prójimo, podrá negar a su hermano sufriente el descanso eterno y la libertad frente al dolor.

Para él, el ser humano no tiene alma y no hay vida futura. El hombre es un ser puramente biológico. No puede entender la compasión humana con los enfermos incurables y, por eso, justifica la eutanasia, el infanticidio y el aborto.

Otro gran defensor del aborto ha sido Peter Singer. En un artículo, publicado en 1995 en el seminario londinense The spectator, titulado Matar bebés no siempre es malo, dice que la idea de que la vida humana es sagrada, simplemente, porque es humana, es medieval. Su obra principal es Rethinking life and death: the collapse of our traditional ethics (Repensar la vida y la muerte: el derrumbe de nuestra ética tradicional). Afirma: Los bebés humanos no nacen conscientes de sí mismos ni capaces de valerse por sí mismos. No son personas. De ahí que su vida no parezca ser más digna de protección que la vida de un feto... Puede ser que no queramos que un niño emprenda el viaje de la vida si sus perspectivas son sombrías. Esto significa desprendernos del bebé que ha nacido. En lugar de seguir adelante, procuremos comenzar de nuevo desde el principio.

Incluso, llega a afirmar: En el caso de un bebé con síndrome de Down o cuya vida haya comenzado en muy malas condiciones, los padres deberían ser libres de matar al niño durante sus veintiocho primeros días de vida.

Con relación al aborto, debemos anotar a una de las más grandes organizaciones mundiales de defensa de los derechos humanos, Amnistía internacional, que tiene dos millones doscientos mil miembros y simpatizantes en más de 150 países. El año 2007, en su reunión del Consejo internacional en México, decidió asumir la defensa del derecho al aborto como un derecho humano en contra de su fundador, católico convertido, y en contra de los miles de miembros católicos de la Organización.

Por este camino de legalizarlo todo y permitirlo todo, como el matrimonio de los homosexuales y la posibilidad de que puedan adoptar hijos, podemos llegar a legalizar la bestialidad, el incesto, la pedofilia y, por supuesto, las drogas y toda clase de vicios habidos y por haber, pues lo importante para muchos es el disfrutar de la vida sin ninguna cortapisa moral.

Con la mentalidad relativista actual, lo único importante parece ser que cada uno haga lo que quiera, pero sin hacer daño a los demás. Así, según muchos filósofos agnósticos y ateos modernos, tendremos un mundo feliz sin Dios y sin moral. Pero lo que estamos viendo es una decadencia y la ruina de la cultura occidental, que ya hace tiempo ha dejado de ser cristiana.

PANORAMA ACTUAL

Europa está en crisis. Algunos dicen que está enferma. Para los países de África, Asia y Estados Unidos, cada día parece más débil y con menos autoridad. En las relaciones internacionales se ve que busca sistemáticamente un compromiso, como si buscara un pacifismo a toda costa. Parece que en Europa faltara la virtud de la fortaleza.

El relativismo que domina la sociedad europea hace que nada sea bueno ni malo, que no haya verdad ni mentira. Todo depende del criterio de cada uno. Y, al faltar los valores morales, al rechazar la religión, considerada como fuente de violencia, los jóvenes no tienen guías seguros y cada uno piensa y hace lo que buenamente quiere. Los padres han perdido autoridad, sus hijos no los respetan. Nadie puede tocar a un niño, porque será acusado de maltrato físico o sicológico y puede ser llevado ante los tribunales. Y los jóvenes, libres y sin rumbo, no respetan las leyes ni a las autoridades, yéndose tras el placer fácil.

Vayamos por las calles de las principales ciudades europeas y veremos muchas prostitutas, ofreciendo su cuerpo, jóvenes drogadictos, personas vacías, que sólo piensan en disfrutar de la vida con todos los placeres posibles. Para mucha gente, el placer, el sexo o el dinero, es lo más importante de su vida.

Por otra parte, observemos cuántos divorcios, infidelidades, cuánta pornografía por doquier en los meDios de comunicación, cuánta corrupción de costumbres, qué poca decencia en el vestir. Al no existir la moral, muchos creen que pueden hacer lo que quieran y donde quieran. Y sigamos con la legalización del aborto, del matrimonio homosexual y la posibilidad de que adopten hijos. Es posible que, en un futuro cercano, se legalice la eutanasia para evitar los excesivos gastos de las pensiones. En Holanda el año 2001 hubo 1.000 eutanasias frente a unas 2.500 solicitudes. Algunos grupos ya están pidiendo la legalización de la pedofilia con niños de al menos diez años, y el incesto... Y por este camino ¿a dónde llegaremos? También desean la legalización de las drogas y de la pornografía, porque para quienes propician la libertad a todo trance, todo vale. Y, por si fuera poco, se dan facilidades cada vez mayores para el divorcio, lo que lleva a que cada vez menos piensen en un matrimonio estable y más en una relación pasajera, evitando los hijos. Aquí surge otro problema: hay muchos ancianos y pocos niños. Hay que abrir cada vez más ancianatos y cerrar escuelas. El número de nacimientos no alcanza a suplir el de las muertes, porque mueren más que nacen.

En el dossier de la Congregación para la Evangelización de los pueblos del 29 del 2008, titulado La crisis de la familia en Europa se dice: A partir del 2005, Europa comenzará lentamente a despoblarse. Con los ritmos actuales, en el año 2060, los Estados Unidos y Europa tendrán la misma población, alrededor de 454 millones de habitantes.

En Europa, al final del 2006, había 500 millones y cada vez nacen menos niños. Por eso, el Papa Benedicto XVI, el 24 de marzo de 2007, durante la audiencia con los participantes del Congreso promovido por la Comisión de los episcopados de la Comunidad Europea, afirmaba: “Desde el punto de vista demográfico, se debe constatar que Europa parece haber emprendido un camino que podría llevarla a despedirse de la historia. Eso, además de poner en peligro el crecimiento económico, también puede causar enormes dificultades a la cohesión social y, sobre todo, favorecer un peligroso individualismo, desatento de las consecuencias para el futuro. Casi se podría pensar que el continente europeo está perdiendo la confianza en su propio porvenir.

Francois Dumont, profesor de La Sorbona, ha hablado del “Invierno demográfico” de Europa, refiriéndose a la situación que no permite la sustitución de las generaciones. En los países mayormente en riesgo, Italia y España, 100 mujeres de hoy, serán sustituidas mañana sólo por 70 mujeres con una disminución de la natalidad del 30%. Disminución demográfica y envejecimiento de la población tienen también consecuencias de carácter económico, porque la riqueza de un país depende de su número de habitantes…

Otro punto a considerar. Cada 25 segundos se realiza un aborto en Europa en 27 países, donde cada día se cierran tres escuelas por falta de niños. En el 2004, la cifra de abortos ha sido de 1.235.517 correspondiente a una media de 3,385 al día. Se han abortado el 19,4% de los embarazos, un nacido sobre cinco. España es el país donde más ha aumentado el número de abortos en los últimos diez años con un incremento del 75%, seguido de Bélgica con el 50% y Holanda con el 45%.

El aborto es la primera causa de mortalidad en Europa y ha hecho más víctimas que las enfermedades del corazon, que las enfermedades cardiovasculares, los accidentes de la calle, droga, alcohol y suiciDios. Asimismo, el número de abortos es superior al número de los decesos por enfermedad. Solamente hay tres países en los que aún hoy el aborto es ilegal: Irlanda, Malta y Polonia.

El aborto es considerado como un “derecho europeo”. Ha habido una resolución aprobada por el Parlamento europeo en 2002 sobre los derechos sexuales y reproductivos, estableciendo que la interrupción del embarazo debe ser legal, segura y accesible a todos, pidiendo a los gobiernos de abstenerse es cualquier caso a perseguir a las mujeres que hayan practicado un aborto ilegal. También se ha pronunciado por un acceso a todos los anticonceptivos de emergencia como a la píldora del día siguiente, con precios accesibles, garantizando la educación sexual y la disponibilidad de contraceptivos también a los niños sin el consentimiento de sus padres... En todos los países de Europa occidental, menos en Grecia, Noruega e Italia (aunque se espera que pronto se introduzca) se comercializa la píldora RU-486 (píldora abortiva) que se ha vuelto el más formidable sistema de control de nacimientos.

En 25 años (1980-2005) el número de matrimonios en Europa ha disminuido en 692.000 con una pérdida del 22,30%. La edad de los matrimonios es siempre más avanzada: los hombres superan los 30 años y las mujeres los 28 años.

Cada año, casi dos millones de niños nacen fuera del matrimonio: 1.893.000 en el 2005. En algunos países esto afecta a la mitad de los niños: Suecia (55.4%), Bulgaria (49%), Dinamarca (45%), Francia (45%), Inglaterra (42%). En el año 2007, en Francia, el porcentaje de niños nacidos fuera del matrimonio ha sido del 50.5%.

Recordemos que en el año 1950, Europa tenía el 22% de la población mundial. En el año 2000 era el 12% y en el año 2050 será el 7%. Como vemos, el suicidio demográfico nos lleva prácticamente a la desaparición de Europa como tal, con su cultura y su liderazgo en el mundo. Y para solucionar la falta de mano de obra, los países europeos deben acudir a los inmigrantes que se van quedando en el país donde trabajan. De esta manera, poco a poco, la cultura europea se va diluyendo con otras culturas, especialmente la musulmana, pues hay muchos cientos de miles de musulmanes que trabajan en Europa.

El famoso investigador italiano Massimo Introvigne habla de la invasión musulmana de Europa en el siglo XXI. Y dice que, en veinte años, la mayoría de los adolescentes en Holanda estará constituida por musulmanes y, después de otros veinte, serán la mayoría de la población trabajadora de Holanda. Por eso, algunos ya hablan de que Europa dentro de pocos años se deberá llamar Eurobia (Euroarabia). De hecho, los musulmanes en Europa piden insistentemente los mismos derechos que tienen otras religiones, como a tener escuelas islámicas al igual que hay escuelas católicas, y lo mismo toda clase de mezquitas, aunque en algunas se predique la violencia.

Monseñor Angelo Comastri dice: Hace un tiempo vi una revista en la que se publicaba una foto de una manifestación de Milán, organizada por un grupo de musulmanes. Algunos manifestantes tenían en la mano un cartel en los que aparecían escritas estas frases: Cristianos antropófagos, cristianos hematófagos. El cristianismo siempre abajo y el islam siempre arriba.

Hace unos años, el cardenal Pappalardo regaló a los musulmanes tunecinos, residentes en Palermo, una iglesia del 1700 en desuso, como acto de fraternidad. Los periódicos católicos elogiaron el gesto de buena voluntad. Dos días después, los periódicos tunecinos escribían en primera página: Victoria del Islam sobre el cristianismo, el cardenal de Palermo ha sido obligado a transformar una iglesia en mezquita. Y esto mismo ha ocurrido en otras partes, donde la buena voluntad de algunos católicos es convertida por algunos musulmanes en un centro anticatólico. Camille Eid, un periodista libanés, cristiano maronita, se quedó estupefacto, cuando un grupo islámico fue invitado en una misa de Pentecostés a hacer una oración. Ellos recitaron unos versillos del Corán contra los cristianos.

Nosotros ¿debemos ayudarles a propagar su fe? Ellos, en sus países árabes, condenan a muerte a quienes se convierten al cristianismo. Si un cristiano se enamora de una mujer musulmana, debe convertirse a su religión para casarse con ella; pero, si un musulmán se casa con una cristiana, la transforma automáticamente en compañera de fe y sus hijos serán musulmanes necesariamente. En Arabia Saudita y en otros lugares no se permite ni siquiera una capilla a los cristianos.

Magdi Allam un musulmán egipcio convertido al catolicismo y bautizado por el Papa Benedicto XVI en la noche de la Vigilia pascual del año 2008, dice en su libro Vencer el miedo: El Instituto cultural islámico, más conocido como la mezquita de la calle Jenner de Milán, ha sido considerada por los Estados Unidos como la principal base logística de Al Qaeda en Europa.

Gran parte de la red de mezquitas y de organizaciones islámicas en Europa están dominadas por los integristas y extremistas islámicos.

La conexión entre mezquitas y terrorismo se confirmó a partir de la detención de Amer Khalif al-Inzi de 41 años, imán de una mezquita de Jarra, en el norte de Kuwait. Era el emir y el jefe político de la “Brigada de los leones de la península”, que había logrado reclutar un centenar de militantes.

En Holanda, los lugares de culto islámico son proporcionalmente cinco veces los de Italia, unos 500, para una población de 16 millones de habitantes. En gran parte, están confiados a imanes extranjeros, guías religiosos que no conocen la lengua holandesa y difunden por medio de sus sermones una ideología hostil a la civilización occidental. El resultado es que después de medio siglo de “laissez faire” (dejar hacer) y de indiferencia, hoy se descubre que se ha alimentado en la propia casa a un enemigo que predica el odio y recurre a la violencia.

Por otra parte, se nota en el ambiente europeo una especie de Cristofobia, un rechazo al cristianismo y al catolicismo en particular. Los grupos gays militantes consideran a la Iglesia católica como su peor enemigo, porque la Iglesia no acepta las relaciones homosexuales ni su matrimonio ni que puedan adoptar niños. Pero también hay grupos de anticristianos, que luchan con todas sus fuerzas contra la Iglesia. Veamos algunos casos:

En octubre del 2004, el Parlamento europeo rehusó ratificar el nombramiento del profesor Rocco Buttiglione, filósofo y ministro italiano, acusado de sus convicciones católicas por exponer sus ideas en contra de las relaciones homosexuales. En Francia, una ley de 2004, rechazó toda clase de símbolos religiosos en las escuelas.

Algunos dirigentes políticos propagan la idea de que la religión es el tabaco del pueblo. Que así como todos saben que el tabaco hace daño, así todos saben que la religión es dañina. Por eso, no pueden permitirse manifestaciones religiosas en lugares públicos ni siquiera por medio de símbolos. Hay que relegar la religión al campo privado, dentro de la casa de cada uno. De este modo, quieren que nadie hable de religión, sobre todo, en público. Y que ninguna autoridad religiosa se meta en política a criticar ideas del Gobierno.

Y, por supuesto, las ideas anticristianas, especialmente anticatólicas, están a la orden del día en la televisión, en películas, obras de teatro, en libros y en toda clase de meDios de información.

Recordemos libros o películas como Mala educación, El crimen del padre Amaro, Las hermanas Magdalenas, El código da Vinci, El evangelio de Judas y toda clase de informaciones reiteradas y aumentadas de los escándalos de sacerdotes o de cualquier cosa que pueda dañar la imagen de la Iglesia.

Rosa Alberoni dice en su libro “La expulsión de Cristo”: Lo mismo que hay antisemitas, hay también ateos militantes anticristianos que odian a los cristianos y que deliberadamente quieren destruir el cristianismo, destruir a la Iglesia católica. Ellos utilizan a los vacilantes e inseguros como masa de maniobra, como idiotas útiles en su guerra. Y, si éstos tomasen el poder, los cristianos deberían prepararse para las mismas persecuciones que tuvieron que sufrir sus hermanos judíos.

Ciertamente, hay muchos anticristianos que ni siquiera han querido reconocer la herencia cristiana de Europa. Por eso, Joseph Weiler, un judío ortodoxo, dice que el rechazo a mencionar la herencia cristiana de la Constitución de la Comunidad europea revela una auténtica Cristofobia y trae dudas sobre el rol de tal Constitución, nacida de la amputación caprichosa de la memoria histórica.

La filósofa francesa Simone Weil escribió: No soy católica, pero creo que no es posible renunciar a las ideas cristianas sin degradarse; unas ideas cuyas raíces se hallan en el pensamiento griego y en el proceso secular que ha alimentado nuestra civilización europea durante siglos.

Es interesante anotar que la bandera de la Unión europea es la bandera de la Virgen. Cuando en 1950 se convocó a un concurso abierto a todos los artistas del viejo continente para escoger la bandera de la futura Europa unida, el joven artista alemán Arsene Heitz hizo el boceto escogido, que ahora es la bandera oficial de Europa. La bandera fue elegida el 8 de diciembre de 1955, un día mariano por excelencia, fiesta de la Inmaculada Concepción. El artista aclaró por qué había escogido las doce estrellas con fondo azul como bandera: Inspirado por Dios, tuve la idea de hacer una bandera azul sobre la que se destacaran las doce estrellas de la medalla milagrosa.

Arsene dijo también que era muy devoto de María, que rezaba el rosario todos los días y que, cuando se convocó al concurso, estaba leyendo la historia de santa Catalina Labouré y se dio cuenta de que, en la medalla milagrosa, la Virgen mandó grabar su imagen rodeada de doce estrellas, como la Virgen del Apocalipsis.

Cuando alguien le hizo notar al responsable de la Comisión de calificación Paul M.G.Levy, un judío, que no eran doce los miembros de la Unión europea en ese momento, él dijo que doce era el símbolo de la plenitud como aparece en la Biblia. Así pues, fue escogida por un judío sin motivos confesionales, pero podemos decir que no fue una casualidad que la bandera de la Unión europea, basada en la medalla milagrosa, sea la bandera de María, porque Ella vela sobre Europa, como Madre, aunque muchos no la reconozcan como tal; y, aunque sus dirigentes no hayan querido mencionar en su Constitución las raíces cristianas de Europa. Eso sin contar que los tres fundadores de la Unión europea: Schuman, Adenauer y De Gasperi, fueron tres buenos católicos, devotos de María.

MENSAJES DEL PAPA JUAN PABLO II

En la exhortación apostólica Ecclesia in Europa decía: Hay una pérdida de la memoria y de la herencia cristiana, unida a una especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual muchos europeos dan la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia. Por eso, no ha de sorprender demasiado los intentos de dar a Europa una identidad, que excluye su herencia religiosa, y, en particular, su arraigada alma cristiana, fundando los derechos de los pueblos que la conforman sin injertarlos en el tronco vivificado por la savia del cristianismo...

En muchos ambientes públicos, es más fácil declararse agnóstico que creyente. Se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación social que no es indiscutible ni puede darse por descontada. Esta pérdida de memoria cristiana va unida a un cierto miedo de afrontar el futuro. Entre otros signos preocupantes, se nota el vacío interior que atenaza a muchas personas y la pérdida del sentido de la vida. Como manifestaciones y frutos de esta angustia existencial, pueden mencionarse en particular el dramático descenso de la natalidad, la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, la resistencia, cuando no el rechazo, a tomar decisiones definitivas de vida, incluso en el matrimonio.

La situación europea actual experimenta el grave fenómeno de las crisis familiares y el deterioro del concepto mismo de familia, la persistencia y los rebrotes de conflictos étnicos, el resurgir de algunas actitudes racistas, las mismas tensiones interreligiosas, el egocentrismo que encierra en sí mismos a las personas y los grupos, el crecimiento de una indiferencia ética general y una búsqueda obsesiva de los propios intereses y privilegios...

También se nota un decaimiento creciente de la solidaridad interpersonal. Muchas personas, aunque no carezcan de las cosas materiales necesarias, se sienten más solas, abandonadas a su suerte, sin lazos de apoyo afectivo... La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente, que vive como si Dios no existiera.

Asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en gran parte por los meDios de comunicación social, con características y contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso cada vez más difuso, vinculado al relativismo moral y jurídico más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad del hombre como fundamento de los derechos inalienables de cada uno. Los signos de la falta de esperanza se manifiestan, a veces, en las formas preocupantes de lo que se puede llamar una cultura de muerte.

El Papa Juan Pablo II en Santiago de Compostela, el 9 de noviembre de 1982, dijo: Yo, obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal, desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes.

En su discurso al Consejo de Europa, el 29 de marzo de 1999, decía: Uno mi voz a la del Consejo de Europa para pedir que en todo el espacio europeo se reconozca el derecho más fundamental, el derecho a la vida de toda persona y que sea abolida la pena de muerte.

La Iglesia es la gran defensora de la vida. No es partidaria de la pena de muerte, que todavía existe en más de 100 países del mundo. Pero, sobre todo, defiende la vida de los pequeños que son impunemente eliminados por el aborto. Juan Pablo II en la encíclica Evangelium vitae dice en 1995: Es moralmente inaceptable que para regular la natalidad, se favorezca o se imponga el uso de meDios como la anticoncepción, la esterilización y el aborto (Nº 91). El aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar (Nº 73). El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento, se le deben reconocer los derechos de la persona principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida (Nº 60).

La moral cristiana lejos de oprimir al hombre y quitarle sus derechos o su libertad, lo hace mejor y más feliz; pues las prácticas antinaturales destruyen a la persona y la hacen más infeliz. Aquí se cumple siempre en esto el dicho antiguo: Dios perdona siempre; el hombre, a veces; pero la naturaleza, nunca.

REFLEXIONES

La situación actual de Europa nos hace recordar los primeros tiempos del cristianismo. El imperio romano se fue autodestruyendo por la falta de hijos. Llegó un momento, como ahora en Europa, en que los nacidos eran menos que los muertos. El índice de natalidad estaba por debajo del de mortalidad. ¿Por qué? Por el aborto, el infanticidio generalizado y la falta de mujeres, ya que pocas familias querían tener más de una hija. Mataban niñas sanas por miles, además de los niños enfermos. Por otra parte, la poca valoración del matrimonio y la infidelidad consentida de los hombres, hacía que hubiera pocos hijos por familia. El libertinaje sexual, como en la actualidad, imperaba en la sociedad romana. Incluso, había prostituos, que se ofrecían en algunos templos. La homosexualidad era común. Abandonaban a los enfermos y ancianos, como algo normal, lo que era una especie de eutanasia antigua. Y, además, el suicidio era algo muy frecuente.

Todos estos vicios de la sociedad romana llevaron a tener necesidad de mano de obra y de soldados. Por ello, necesitaban esclavos e inmigrantes bárbaros que, poco a poco, iban invadiendo un imperio que se autosuicidaba por falta de hijos. Todos los historiadores están de acuerdo en que la corrupción de costumbres y la falta de descendencia llevó a la destrucción del Imperio. Mientras tanto, los cristianos crecían cada día más porque tenían más hijos, tenían un gran concepto del matrimonio y valoraban la vida desde la concepción, respetaban la dignidad de la mujer y eran fieles en el matrimonio. Y muchos paganos se convertían, al ver su vida ejemplar más sana y feliz.

En la actualidad, debemos evangelizar Europa con el ejemplo de buenas costumbres. Se necesitan buenos cristianos, que tengan el coraje de dar testimonio en este mundo hostil. Muchos jóvenes y adultos han perdido el sentido de su vida y sólo piensan en el placer y en el dinero, pero su vida está vacía y buscan algo más. Ante la Cristofobia del ambiente hay que oponer la Cristoterapia, es decir, predicar a todos, con palabras o sin palabras, que Cristo es la vida y el único que puede dar sentido a la existencia.

Muchos jóvenes están hartos de vicios y de tanta pornografía. A veces, buscan un escape en el suicidio, en la droga, en el sexo o en la rebeldía sin causa. Hay que darles testimonio de que vale la pena creer en Dios. Europa necesita de Cristo para encontrar esperanza y salir de la oscuridad del paganismo que la ensombrece.

Quieran o no quieran entenderlo los ateos, agnósticos y todos los anticatólicos de turno, la fe católica tiene el poder interior sobrenatural para poder transformar la vida de las personas y hacerlas buenas y felices. El poder de Cristo es capaz de transformar a pecadores en santos. Y, a pesar de todos los defectos habidos y por haber entre los católicos; sin embargo, la Iglesia sigue viva y sigue dando amor y defiende los principios morales sin los cuales la vida humana se hace vacía, inhumana e inmoral.

Actualmente, pareciera que la Iglesia es la única Institución seria que sigue defendiendo, como en los primeros tiempos, los principios morales y el valor de la vida, rechazando el aborto y la eutanasia. Además, sigue valorando la vida de los ancianos y enfermos por medio de miles de instituciones de caridad en el mundo entero. Por eso, Gandhi dijo en una oportunidad: No sé explicarme por qué en la Iglesia católica haya tanto amor por el prójimo, sobre todo, por los más débiles y en particular por los leprosos que en la India todos evitamos.

Recordemos que la Iglesia fue la primera en construir hospitales. Los monjes proporcionaron a toda Europa una red de fábricas, centros para la cría de ganado, centros de investigación, fervor espiritual, el arte de vivir; en resumidas cuentas, una avanzada civilización que surgió del caos y de la barbarie circundantes. Sin duda alguna, san Benito, el principal arquitecto de los monasterios occidentales, fue el padre de Europa; y los benedictinos, sus hijos, fueron los padres de la civilización europea. La civilización occidental debe a la Iglesia mucho más de lo que la mayoría de la gente, incluidos los católicos, tiende a pensar. Lo cierto es que la Iglesia construyó la civilización occidental... La civilización occidental tienen una gran deuda con la Iglesia por la existencia de las universidades, Instituciones benéficas, derecho internacional, ciencias y otros principios legales entre otras muchas cosas.

Es interesante anotar una declaración de prestigiosos intelectuales chinos del siglo XX. Ellos investigaron por qué Europa tenía el primado de progreso en el mundo. Vieron la posibilidad de haber sido cuestiones políticas, históricas, económicas o culturales. Dicen: Al principio, habíamos pensado que ustedes tenían armas más poderosas, después estudiamos si su sistema político era mejor. Pero en los últimos 20 años, hemos comprendido que el corazon de vuestra cultura es la religión: el cristianismo. He aquí por qué Occidente es tan poderoso. Las bases morales cristianas de la vida social y cultural han sido lo que ha permitido el surgir del capitalismo y, después, la transición a políticas democráticas. No tenemos ninguna duda a este respecto.

CONCLUSIÓN

Después de haber analizado algunos aspectos de la actual civilización europea y de haber visto también algunas de las aportaciones de la Iglesia a esta civilización, podemos, llenos de orgullo, decir que, sin la Iglesia, Europa no habría sido la misma. Quizás todavía estaría sumida en las tinieblas de la ignorancia y de la superstición o destruida por la inmoralidad de costumbres.

Toda la gama de vicios e inmoralidades de la cultura europea actual proviene del alejamiento de Dios. Y, al alejarse de Dios, el hombre se hace más inhumano, violento e inmoral. No es cierto que la religión católica, como dicen algunos, haya sido la causa de las guerras y violencias. Las guerras de religión en Europa fueron más por causas políticas que religiosas. Los intereses políticos jugaban más que la misma religión. Pero, aun en el peor de los casos, nada se puede comparar con la violencia generada por los regímenes ateos y de todos aquellos que han rechazado a Dios de sus proyectos. No olvidemos nunca los millones de muertos del nazismo o del comunismo.

Para aclarar esto, el gran historiador León Moulin decía: Yo, agnóstico, pero también historiador, que trata de ser objetivo, os digo a los católicos, que debéis reaccionar en nombre de la verdad contra aquellos que os imputan muchas cosas falsas. De hecho, a menudo, no es cierto lo que os imputan. Pero, si en algún caso lo es, también es cierto que, tras un balance de veinte siglos de cristianismo, las luces prevalecen ampliamente sobre las tinieblas. ¿Por qué no pedís cuentas a quienes os las piden a vosotros? ¿Acaso han sido mejores?.

Europa sin Cristo es como un árbol sin raíces. Europa sin Cristo es una Europa que ha perdido su identidad, como una familia que pierde su memoria histórica.

Europa está enferma de valores humanos y de fe. Europa necesita a Cristo para que se sane y vuelva a ser fuerte y joven. Necesita a Cristo para volver a tener esperanza en el futuro y para que la gente no lleve una vida vacía y sin sentido.

Necesitamos jóvenes que sean fuertes en la fe, jóvenes luchadores con espíritu de trabajo y sacrificio, que formen hogares estables y con hijos, de donde surja una nueva generación de cristianos comprometidos y ejemplares que devuelvan la fe en el futuro a esta sociedad que ha perdido el horizonte, porque sin Cristo no existe la alegría de vivir.

Les deseo a todos una vida cristiana sana y feliz con Cristo en su corazon. Que Dios los bendiga. Saludos de mi ángel. Su hermano y amigo para siempre desde Perú. P. Ángel Peña O.A.R. Agustino Recoleto

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Pueden leer todos los libros del autor en www.libroscatolicos.org

 

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