| Mi aliento se agota, mis días se apagan sólo me queda el cementerio. |
| ¿No estoy a merced de las burlas, y en amarguras pasan mis ojos las noches? |
| Coloca, pues, mi fianza junto a ti, ¿quién, si no, querrá chocar mi mano? |
| Tú has cerrado su mente a la razón, por eso ninguna mano se levanta |
| Como el que anuncia a sus amigos un reparto, cuando languidecen los ojos de sus hijos, |
| me he hecho yo proverbio de las gentes, alguien a quien escupen en la cara. |
| Mis ojos se apagan de pesar, mis miembros se desvanecen como sombra. |
| Los hombres rectos quedan de ello asombrados, contra el impío se indigna el inocente; |
| el justo se afianza en su camino, y el de manos puras redobla su energía. |
| Pero, vosotros todos, volved otra vez, ¡no hallaré un solo sabio entre vosotros! |
| Mis días han pasado con mis planes, se han deshecho los deseos de mi corazón. |
| Algunos hacen de la noche día: se acercaría la luz que ahuyenta las tinieblas. |
| Mas ¿qué espero? Mi casa es el seol, en las tinieblas extendí mi lecho. |
| Y grito a la fosa: ¡Tú mi padre!, a los gusanos: ¡Mi madre y mis hermanos! |
| ¿Dónde está, pues, mi esperanza? y mi felicidad ¿quién la divisa? |
| ¿Van a bajar conmigo hasta el seol? ¿Nos hundiremos juntos en el polvo? |
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