| Sofar de Naamat tomó la palabra y dijo: |
| Por esto mis pensamientos a replicar me incitan: por la impaciencia que me urge. |
| Una lección que me ultraja he escuchado, mas el soplo de mi inteligencia me incita a responder. |
| ¿No sabes tú que desde siempre, desde que el hombre en la tierra fue puesto, |
| es breve la alegría del malvado, y de un instante el gozo del impío? |
| Aunque su talla se alzara hasta los cielos y las nubes tocara su cabeza, |
| como un fantasma desaparece para siempre, los que le veían dicen: ¿Dónde está? |
| Se vuela como un sueño inaprensible, se le ahuyenta igual que a una visión nocturna. |
| El ojo que le observaba ya no le ve más, ni le divisa el lugar donde estaba. |
| A los pobres tendrán que indemnizar sus hijos, sus niños habrán de devolver sus bienes. |
| Sus huesos rebosaban de vigor juvenil: mas ya con él postrado está en el polvo. |
| Si el mal era dulce a su boca, si bajo su lengua lo albergaba, |
| si allí lo guardaba tenazmente y en medio del paladar lo retenía, |
| su alimento en sus entrañas se corrompe, en su interior se le hace hiel de áspid. |
| Vomita las riquezas que engulló,Dios se las arranca de su vientre. |
| Veneno de áspides chupaba: lengua de víbora le mata. |
| Ya no verá los arroyos de aceite, los torrentes de miel y de cuajada. |
| Devuelve su ganancia sin tragarla, no saborea el fruto de su negocio. |
| Porque estrujó las chozas de los pobres, robó casas en vez de construirlas; |
| porque su vientre se mostró insaciable, sus tesoros no le salvarán; |
| porque a su voracidad nada escapaba, por eso no dura su prosperidad. |
| En plena abundancia la estrechez le sorprende, la desgracia, en tromba, cae sobre él. |
| En el momento de llenar su vientre, suelta Dios contra él el ardor de su cólera y lanza sobre su carne una lluvia de saetas. |
| Si del arma de hierro logra huir, el arco de bronce le traspasa. |
| Sale una flecha por su espalda, una hoja fulgurante de su hígado.Los terrores se abalanzan sobre él, |
| total tiniebla aguarda a sus tesoros.Un fuego que nadie atiza le devora, y consume lo que en su tienda aún queda, |
| Los cielos ponen su culpa al descubierto, y la tierra se alza contra él. |
| La hacienda de su casa se derrama, como torrentes, en el día de la cólera. |
| Tal es la suerte que al malvado Dios reserva, la herencia de Dios para el maldito. |
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