Segunda Carta de Juan
La SEGUNDA CARTA DE SAN JUAN está dirigida a una comunidad cristiana de Asia Menor. La fe de esa comunidad se ve amenazada por la presencia de falsos maestros, que se aventuran "más allá de la doctrina de Cristo" (v. 9) y "no confiesan a Jesucristo manifestado en la carne" (v. 7), es decir, niegan el misterio de la Encarnación. Juan quiere alertar a los creyentes contra esas enseñanzas. Por eso les recuerda que ellos poseen el conocimiento de la verdad, y que deben vivir en la verdad, amándose los unos a los otros, según el mandamiento recibido del Padre y transmitido por la Iglesia desde el comienzo (vs. 4-6).
Saludo inicial
1 Yo, el Presbítero –y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad– saludo a la Comunidad elegida y a sus miembros, a los que amo de verdad, 2 a causa de la verdad que permanece en nosotros y que estará con nosotros para siempre. 3 También estarán con nosotros la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de su Hijo Jesucristo, en la verdad y en el amor.
El mandamiento del amor
4 Me he alegrado muchísimo al encontrar a algunos hijos tuyos que viven en la verdad, según el mandamiento que hemos recibido del Padre. 5 Y ahora te ruego: amémonos los unos a los otros. Con lo cual no te comunico un nuevo mandamiento, sino el que tenemos desde el principio. 6 El amor consiste en vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios. Y el mandamiento que ustedes han aprendido desde el principio es que vivan en el amor.
Los anticristos
7 Porque han invadido el mundo muchos seductores que no confiesan a Jesucristo manifestado en la carne. ¡Ellos son el Seductor y el Anticristo! 8 Ustedes estén alerta para no perder el fruto de sus trabajos, de manera que puedan recibir una perfecta retribución. 9 Todo el que se aventura más allá de la doctrina de Cristo y no permanece en ella, no está unido a Dios. En cambio, el que permanece en su doctrina está unido al Padre, y también al Hijo. 10 Si alguien se presenta ante ustedes y no trae esta misma doctrina, no lo reciban en su casa ni lo saluden. 11 Porque el que lo saluda se hace cómplice de sus malas obras.
Despedida
12 Tendría muchas otras cosas que escribirles, pero no quise hacerlo por carta, porque espero ir a verlos para hablar con ustedes personalmente, a fin de que nuestra alegría sea completa.
13 También te saludan fraternalmente los hijos de esta Comunidad elegida.
1. "El Presbítero": en la época apostólica se daba este título a los jefes de las comunidades cristianas (ver nota Hech. 11. 30). Pero aquí se trata de alguien que por su gran autoridad era llamado "el" Presbítero por excelencia, ya que este título basta al autor de la Carta para identificarse ante sus lectores. Testimonios muy antiguos permiten establecer que este Presbítero es el Apóstol Juan, jefe principal de las Iglesias de Asia Menor.
5. Ver nota 1 Jn. 2. 7-8.
7. Ver nota 1 Jn. 2. 18-19.
9. Ver 1 Jn. 2. 23.
10-11. El "saludo", tal como lo practican los orientales aún ahora, es mucho más que un simple gesto de buena educación. Además de incluir una fórmula de bendición, comprende gestos muy variados, que según las circunstancias expresan respeto, amistad, veneración o solidaridad. En este contexto, resulta claro que si alguien "saluda" a un maestro del error "se hace cómplice de sus malas obras".